"El mundo no se hizo en el tiempo, sino con el tiempo"

San Agustín

jueves, 21 de marzo de 2013

Jornadas literarias "El escritor Hoy"


Acabo de recibir  una información que me ha parecido de lo más interesante para la gente que está empezando en esto de la escritura. Se trata de una jornadas denominadas "EL ESCRITOR HOY", en Alcaudete (Jaén, España). Serán el 20 de abril.
Yo no lo conozco, pero tiene buena pinta.

Lo comparto con tiempo.

Por lo pronto aquí teneis el programa.

PROGRAMA DE LAS JORNADASSábado 20 de abril de 2013
    10:00 – Recepción y entrega de documentación.
    10:30 – Inauguración de las jornadas.
    11:00 – Situación del mercado editorial actual. Dificultades de acceso para el escritor novel. (Ramón Alcáraz editorial El Desván de la Memoria)
    11:30 – Nuevas fórmulas de publicación. Formato ebook: La experiencia exitosa de una escritora en Amazon. (Mª José Moreno)
    12:00 – Pausa
    12:15 – Nuevas fórmulas de publicación. Literatura que se escucha: Audiolibros (Jesús Rois, editorial Alén da Lúa)
    12:45 – Colaboración autor-editor para la promoción del libro. (Inmaculada Puche, editorial Pez Sapo)
    13:15 – Ya tengo mi libro, ¿y ahora qué? Difusión en redes sociales, booktrailers, blogs, revistas literarias, etc. (Vanesa Gil, Página Trece)
    14:00 – Pausa almuerzo
    16:00 – Mesa redonda de experiencias sobre el proceso de escribir: Escritores, editores, lectores, revistas literarias, blogs literarios, medios de comunicación, etc.
    18:00 – Cuentacuentos para adultos.
    20:00 – Visita guiada al Castillo de Alcaudete.
    21:00 – Cena medieval en el Castillo.

Para saber más pasaos por esta página que añado.

http://elsurdejaen.com/2013/02/18/alcaudete-jornadas-literarias-el-escritor-hoy/

sábado, 16 de marzo de 2013

No me gusta que los dragones me miren con cara de mala uva


 Me gusta madrugar. La casa se encuentra en silencio, descansando, expectante. Soy el primero. Aprovecho para hacer cosas sin que me molesten, con la paz que necesito: escribo. Concentración máxima y fuerza matutina. Otras veces salgo a correr o a comprar el periódico. Las calles todavía no están “puestas”, los comercios cerrados o a punto de abrirse. Soy el primero.

Pero tengo un problema, uno gordo. Y es que lo soy. Soy gordo, muy gordo. Dicen que no quepo por la puerta, pero sí. Al menos por la mayoría. En el metro me cuesta, por otra parte, y sentarse ni te cuento. Es por el chocolate. Me gusta el chocolate. Mucho. Su color oscuro, sabor dulce y empalagoso que llena mis entrañas de placer. Su suave y lujuriosa textura, los momentos de sosiego que sugiere consiguen que mi mente deje a un lado los problemas. Dicen que es adictivo, y me rindo y lo admito: quiero caer en sus garras una y otra vez, y no me arrepiento.

Y no hablemos de que no soporto la rutina. Qué le vamos a hacer. Soy así. Me gusta lo diferente, lo distinto. Siempre llevo gorros de colores, aunque no soy gay. Si llevan rojo y amarillo mejor. Y bufandas de tonos vistosos. No esas sosas del Madrid o del Barça, no. Lo más chillonas posibles. Además, visto diferente cada día. Yo lo denomino “discrepante” con la rutina. Y voy al trabajo por un camino distinto. Qué aburrimiento si no. De hecho cambio de labor en cuanto tengo la oportunidad. Hay que explorar todas las posibilidades de la vida en todos los sentidos. Explotarlo al máximo. Y las vacaciones, cada año a un lugar, un país nuevo, donde no me encuentre, si puede ser, a nadie que hable el mismo idioma mío. Y si hablo del hogar, mis amigos y conocidos siempre piensan que visitan una nueva casa cuando vienen. Los muebles ya no están donde ayer, y los cuadros menos aún. Lástima que no pueda cambiar de casa cada día, aunque…en fin, que si no fuese por mi último quehacer me volvería loco. Se trata de mi último trabajo. Eso lo suple en parte, es especial, como yo. No os riais cuando os lo diga: soy cazador de dragones, tal cual. Menos cachondeo. Sí, a pesar de mi gordura y mis rarezas. Y de los buenos.

Cuando me mandan una nueva misión disfruto como un enano. A ver, sé que los enanos disfrutan y sufren como yo, es un decir…En serio, eso de ir de cacería, sobre todo de dragones, me hincha la vena de mi orgullo. La gente me apoya, en las tabernas me invitan a una buena perdiz, las doncellas me lanzan besos y propuestas sugerentes, me largo sin pagar de la posada y encima me lo aplauden, y me coloco la brillante armadura de mi abuelo que en paz descanse.

Incluso el paseo hasta el lugar en cuestión me produce gozada máxima, canturreando músicas de los últimos pueblos en que moré.

Todo eso se difumina, sin embargo, cuando oigo su respiración a leguas. El humo de lo destruido, los cadáveres quemados que asoman por doquier, los niños que pululan desnudos, sin rumbo, después de haber perdido a sus padres…aunque lo peor no es eso. Lo peor es su mirada. Siempre he tratado de evitarla, de hallar al enorme bicho de espaldas, o atacarle por debajo para atravesar su blanda tripa. Pero a veces, con ese sexto sentido que tienen las bestias, el animal se da la vuelta y me mira, aunque solo sea un instante antes de lanzar mi letal estocada. Y entonces veo sus ojos llenos de furia, de sabiduría, de pavor, de venganza. En resumidas, no me gusta que los dragones me miren con cara de mala uva. Menos mal que siempre me las arreglo y no pestañeo al acabar el trabajo. Me lanzo con todo mi letal peso y lo atravieso. En esos momentos solo pienso en el chocolate que debería estar zampándome. Su lujurioso recuerdo no falla. Mi fuerza se multiplica por la rabia de la tableta que me falta y pocas veces he necesitado más de un golpe. Después corto su cabeza, la guardo en un saco que llevo para esos menesteres y limpio la sangre de mi espada.

    Una vez he recibido los honores y premios diversos (cestas cargaditas de chocolate no falta,  ya lo saben en los pueblos) me retiro a descansar. Dejo la tremenda armadura a un lado (con un estruendo), me calzo mis sandalias de patito, y en el sofá devoro hasta no dejar ni rastro de mi dulce premio. Un vasito de leche para que pase bien el néctar de la vida (chocolate) y a la cama a leer un buen libro, uno distinto cada noche. Aunque, la verdad, me empieza a aburrir ya lo de leer, aunque sean páginas diferentes en cada ocasión.
Últimamente incluso pruebo algo nuevo para variar: leo a oscuras; pero no me agrada. No me gusta leer a oscuras. Mira que lo he intentado, para ahorrar en el gasto de luz; pero lo único que he conseguido ha sido aumentar el de las gafas. Dentro de poco me opero de miopía galopante. Pero fue divertido. Poco a poco, intentaba ojear con menos luz. Empecé quitando una bombilla, después otra, más tarde bajé el amperaje…Había que conseguir más reto, y más ahorro. Después me propuse hacerlo en la cama con una linterna, cada vez de menor tamaño, eso sí. Y, una noche, comencé a leer sin luz. Primero no total, pero a los varios días y tremendos dolores de cabeza, opté por olvidarme de la luz. Incluso creía ver algunas líneas. Aunque de eso estoy seguro: desarrollé la imaginación y la intuición. Bueno, y la locura. En el manicomio me llaman el “ciego imbécil”.
No le veo la gracia.

sábado, 9 de marzo de 2013

La lista de Marcos- de Marta Querol


Relatillo, relatón de Marta Querol. Genial como siempre.
 
 
La lista de Marcos
 
―Marcos, no podemos retrasarlo más. Mañana tiene que estar confeccionada la lista.

Esa era la frase que no paraba de martillearle en la sien desde que saliera del despacho del director general.

La lista. «Mandan huevos, ¿y por qué no la hace él?», se repetía irritado.

Por mucho que él fuera el director de Recursos Humanos, en opinión de Marcos el impresentable de don Cirilo era el responsable de aquella situación. Y la crisis nacional, y la mundial, y el puto banco que no daba un duro… las excusas de don Cirilo vinieron rápidas a su mente.


¿En qué se había gastado el remanente de la empresa? En estúpidas cenas a las que se adosaba hasta el apuntador con tal de comer de gorra en restaurantes de lujo, y en decisiones absurdas que costaban una fortuna y no servían para nada mejor que olvidarlas.

Pero a don Cirilo no lo podía despedir, ya le gustaría… Y ahora el marrón, como él lo llamaba, era suyo. En su mano estaba el decidir quienes se iban a la calle en DMC Corp.

Marcos llevaba muchos días con los fantasmas de sus compañeros desfilando ante sus ojos, los tuviera abiertos o cerrados. Aún no había cumplido los cincuenta y llevaba quince años en ese puesto; quince años que habían dado para compartir muchas cosas: el nacimiento del hijo de Juan, el de mantenimiento, que casi muere por un problema de corazón; los apuros de Maite, la empaquetadora contratada por él cuatro años atrás, que tras quedarse su marido en paro se había visto obligada a cuidar ancianos de seis a doce de la noche y siempre le pedía anticipos; la boda de Antonio con una administrativa cañón que había sido la envidia de sus colegas… Todos iban a él con sus lamentos o alegrías, eran parte de su vida laboral, junto a las nóminas, las bajas y retenciones.

Y de entre todos ellos destacaba Natalia; la llevaba enganchada en el alma como el anzuelo a la boca del pez. Solo evocar su nombre le producía una angustia tan intensa que necesitaba aflojarse el cuello de la camisa y el nudo de su llamativa corbata. Aquella mujer le había destrozado la vida. Nunca había amado a nadie como a Natalia.

Todavía podía sentir en las palmas de sus manos la tersura de su piel, y en su despacho creía notar un persistente aroma a té verde, el que siempre le traía a media tarde cuando todavía estaban juntos.

Entrar en el almacén de papelería a por un paquete de folios y encontrársela en brazos de Paco, el jefe de ventas, le había provocado la crisis emocional más grande de su vida. No había vuelto a tocar a una mujer desde entonces. Ninguna era Natalia. También el futuro de ella, el de Natalia, dependía ahora de él.

Con la dichosa lista tenía el futuro de todos ellos en la yema de sus dedos.
Nunca pensó que ser poderoso fuera tan amargo. Apoyó el peso de sus
pensamientos en las manos tratando de soportarlos mejor, respiró hondo y se puso a ello.

Tras varias horas de revisar nóminas, hacer balance de cada situación personal y de lo más o menos prescindibles que podían resultar, Marcos parió con dolor la lista. Cincuenta y siete nombres de los doscientos sesenta que componían la plantilla de DMC Corp. se irían a la calle el día treinta y uno de ese mes. Algunos directivos se iban a llevar una sorpresa muy desagradable. No le habían marcado límites, nadie era intocable si se alcanzaba la cifra de ahorro en nóminas que se había marcado desde el departamento financiero, y aunque había intentado no dejarse llevar por sus propios sentimientos, no había podido evitarlo: a algunos hacía tiempo que les tenía ganas. Le extrañó no sentir satisfacción al teclear sus nombres. Tampoco remordimiento. Solo una sensación de vacío helado en el estómago y el engrosamiento de las paredes de su garganta.

Tosió, se desabrochó un botón del cuello de la camisa e imprimió el informe para la Dirección: un documento con la lista de empleados y

los costes asociados, que introdujo en su cartera; no podía dejarlo allí, aunque su despacho siempre se cerraba con llave. Grabó el archivo en su PC, abrió el correo electrónico, redactó unas líneas apáticas a las que adjuntar el documento y pulsó “Enviar”. Una copia de todo voló hacia la asesoría para que prepararan las cartas y los finiquitos a primera hora. Hizo ademán de volver a desabrocharse el ojal que ya no cerraba ningún botón para comprobar que no era eso lo que seguía apretando su garganta. Miró la hora; era muy tarde pero no tenía ganas de volver a la soledad de su casa.

Siguió la rutina de siempre a un ritmo más lento del habitual, o así se veía él, como un cuerpo pesado y lento. Apagó el ordenador, agarró con desgana su chaqueta y salió al pasillo con la cartera balanceándose en un tic-tac inexorable, más pesada que nunca.

No tardó en darse cuenta de que no estaba solo. En la penumbra se dibujaba una figura dolorosamente conocida.

―Hola, Marcos.

―…Natalia ―apenas le salió la voz; todavía producía ese efecto sobre él, y las sensaciones de minutos antes no ayudaban.

Con la blusa blanca y una falda de franela gris ajustada como un guante, volvió a parecerle la mujer más hermosa de la tierra. Hacía mucho tiempo que no se encontraban los dos solos. Él lo había evitado; ella probablemente también.

―Ya me iba ―acertó a decir Marcos tras exhalar un profundo suspiro.

 

Ella, de normal segura, titubeó unos instantes.

―Estaba preocupada por ti. Has estado todo el día muy…extraño. Dicen que has discutido con don Cirilo.

―Eso no es asunto de nadie. Y, ¿desde cuándo te preocupa cómo esté yo, Natalia?

―Aunque no te lo creas, Marcos, yo… ―bajó la vista al suelo unos segundos antes de mirarlo de nuevo y proseguir―, siento muchísimo lo que pasó ―Los ojos de Natalia mostraron una tristeza desconocida―. Ahora lo sé, fue un error.

―Has tardado mucho en darte cuenta ―El sudor recorrió su espalda y sus palabras resonaron con una dureza que a él mismo le sorprendió.

Habían pasado cuatro meses, doce días y cinco horas desde que descubrió que le engañaba, y no habían vuelto a hablar hasta aquel

preciso momento, cuando menos ganas tenía él de discutir con nadie.

Estaba muy cansado y no se veía capaz de soportar la cercanía de Natalia sin derrumbarse. Aún pudo lanzar un par de reproches con una frialdad fingida, esperando salir de allí cuanto antes. Ella lo escuchó con expresión sumisa.

―Tienes razón, pero nunca es tarde… ―Natalia le apartó la greña que caía descuidada sobre su ojo y le acarició la mejilla―. Me gustaría remediar el mal que te hice.

Ahora fue Marcos quien bajó la vista. Sentía los efectos de su cercanía como un fuego lacerante, los recuerdos atropellándose en su mente. «Natalia nunca ha dicho una palabra sincera», pareció escuchar en un rincón lejano de su cabeza.

―¿Qué quieres? ―preguntó con la respiración agitada por la cercanía y una añorada presión en su entrepierna.

―A ti ―afirmó ella con suavidad, enganchada a sus ojos.

Un paso más y estaba pegada a su nariz. Al siguiente gesto lo estaba besando.

Marcos no se resistió. Lo había deseado cada segundo durante esos cuatro meses, doce días y cinco horas, hasta obsesionarse; lo había soñado, dormido y despierto, con ropa y sin ropa, en casa y en la oficina.

―¿Estás segura de lo que vas a hacer? ―preguntó sereno, con un brillo extraño en los ojos tras recuperar el aliento de un beso que le supo a miel y a té verde― Es posible que te arrepientas.

―No me arrepentiré ―afirmó―, y tú tampoco ―Y pasándole las manos por la nuca lo volvió a besar, primero con cuidado, después con pasión. Sin soltarlo, Natalia condujo a un Marcos pálido y desgarbado a la sala de reuniones y empujándolo con suavidad para que se recostara en el sofá se colocó a horcajadas sobre él y subió su falda hasta dejar a la vista unos largos muslos ceñidos por un liguero.

Natalia no llevaba bragas. Los ojos de Marcos brillaron, su respiración se agitó
y sus manos franquearon los botones de la blusa hasta agarrar los pechos soñados. Muchas ideas desfilaron por su cabeza pero todas las desechó; había soñado con ese momento cada segundo de los últimos cuatro meses, doce días y en ese momento ya seis horas. Era su momento y Natalia estaba dispuesta, el después no

importaba.

Ella era hábil, una experta, y liberó con maestría la erección que luchaba por escapar de sus pantalones.

―Parece que me has echado mucho de menos ―Natalia miró con regocijo  el
miembro que apuntaba directamente a su cara y las manos de Marcos ascendieron hasta la cabeza de ella para atraerla hacia él.

Marcos cerró los ojos con fuerza, jadeando, y una sonrisa cruzó su cara. Ya no pensaba, solo sentía, lo mismo que había sentido meses atrás, con la misma intensidad, con el mismo deseo, pero gritando en su interior: «ya no es Natalia, no lo es».

Ella se esmeró, sus fuertes piernas subiendo y bajando sobre él a un ritmo constante acelerado poco a poco a petición de las manos de Marcos apoyadas sobre sus caderas, hasta que él explotó en ella apretando dientes, manos y alma.

Al terminar, Marcos sonreía:

―Creí que no sería capaz ―Su satisfacción era incuestionable.

―¡Pues vaya si lo has sido! ―rió Natalia ajustándose la falda a la cintura.

 
―¿Sabes que desde que sucedió… aquello, no había estado con ninguna mujer? Solo podía pensar en ti y me veía incapaz de follar con otra. Y contigo menos que con ninguna.

Se hizo un incómodo silencio, cada uno pendiente de recuperar un aspecto con el que salir dignamente de la oficina, hasta que ella lo rompió:

―Has terminado muy tarde… ―Entornó los ojos― Difícil hacer la lista, ¿verdad? ―comentó arreglándose el pelo alborotado.

―Pues sí… ―asintió sombrío―. Ha sido duro.

―Sé que estabas muy resentido conmigo… Te hice daño

―Natalia bajó la vista otra vez, los parpados parecían pesarle a cada frase

.― Pero esto es un nuevo comienzo ―terminó, y al fin una sonrisa tímida asomó a sus labios.

―Tal vez… ―Marcos, ya recompuesto, tomó su maletín y sin mirarla encaminó sus pasos hacia la salida.

Ella se apresuró para alcanzarlo y caminar a su lado. Se estiró la falda con ambas manos y en un acto reflejo chasqueó los nudillos

como siempre que estaba tensa.

Marcos se dirigió a la puerta.

―¿Te vas? ―preguntó nerviosa, el color huyendo de sus mejillas.

―Claro, no nos vamos a quedar aquí hasta mañana ―bromeó dándole una palmadita en el culo―. ¿Sabes la hora que es?

―Yo… ¿No vuelves a tu despacho? ―Parecía querer decir algo que no terminaba de soltar.

―¿Para qué? ―contestó, impertérrito, mirándola a los ojos.

―Para ―lo miró incrédula― cambiar la lista, claro.

La cara de Marcos mostraba el brillo del triunfo. La de Natalia había enrojecido hasta la congestión.

―La lista… Nunca estuviste en ella, Natalia. Te quise demasiado y eres buena en tu trabajo. En todos tus trabajos ―La vio tragar saliva―. Pero gracias por darme esta oportunidad; fue un placer follarte. No se repetirá ¿verdad? ―La besó en la mejilla encendida antela parálisis que se había apoderado de ella y con una sonrisa él mismo se contestó―. Eso me imaginaba.

Y dando media vuelta se dirigió al parking silbando su melodía favorita.

 

 
 Marta Querol

viernes, 1 de marzo de 2013

¿De dónde vienen los dichos populares?

Voy a dedicar esta entrada a dichos populares de los que resulta curioso averiguar cuál es el origen. Solo para divertir.

Mas feo que picio

Por ejemplo, ¿alguien se ha preguntado de dónde viene la expresión "eres más feo que picio"?
Pues bien, según cuentan, un tal Francisco Picio, natural de Granada, fue condenado a muerte por razones desconocidas y ya en la capilla recibió el indulto. Tal fue su reacción que se le cayó el pelo y las cejas; además de ello le salieron tumores por toda la cara causando una visión espantosa. Cuenta la leyenda que el párroco que fue a darle la extrema unción, ató el crucifijo a la punta de un palo para no acercarse a ese rostro tan espantoso. Horripilante.

OK

Sí, habéis leído bien, Ok. 
Se dice que en la guerra de Secesión estadounidense, cuando regresaban las tropas a los cuarteles sin sufrir una baja, en una gran pizarra se escribía OK (cero killed). De ahí proviene la expresión "Ok", que actualmente significa, como se sabe, "todo está bien"...


Ponerse las botas

Una expresión tristemente actual para los que hacen su agosto a costa de los demás...y ahí lo dejo.
Dicen que en la antigüedad, los pobres iban descalzos o calzados con alpargatas, mientras los ricos llevaban botas, entre otras  razones para montar a caballo. De ahí que el hecho de "ponerse las botas" se relacione con algo bueno y provechoso.


Salvarse por los pelos

Antiguamente los marineros, aunque parezca mentira, no sabían nadar. Era por ello costumbre que se dejaran el pelo largo para que, si caían a la mar, los pudiesen agarrar "por los pelos" para salvarlos. Curioso, ¿no?


Tienes más cuento que Calleja

Saturnino Calleja Fernández (Burgos 1853- Madrid 1915) era un editor, pedagogo y escritor español, conocido también por los giros que daba a los cuentos y dichos populares. Por ejemplo, el soldadito de plomo cobraba vida por medio de la Virgen del Pilar,, o el Barón de Munchaunnsen pasó a llamarse Barón de la Castaña...etc, etc. A la famosa coletilla "fueron felices y comieron perdices", Calleja añadió "y a mí no me dieron porque no quisieron".
Se dice que alguien tiene más cuento que Calleja cuando tiende a exagerar las cosas o a inventárselas.


Vete al carajo

"CARAJO" se le llamaba a la pequeña canastilla que se encontraba en lo alto del palo mayor de las antiguas naves. Cuando un marinero cometía una falta se le mandaba al "carajo" en señal de castigo.
De este modo ahora, cuando queremos perder de vista a alguien, usamos la expresión "Vete al carajo" (a veces más lejos).


Ásí que eso me dispongo a hacer: me voy al carajo y os dejo en paz, por ahora.