"El mundo no se hizo en el tiempo, sino con el tiempo"

San Agustín

domingo, 18 de diciembre de 2011

El despertar (relato navideño...más o menos)



Como llegamos a estas señaladas fechas, he decidido publicar un relato de hace ya años y que supuso un cambio en la temática de mis historias. Por eso le tengo algo de cariño. Espero que lo disfrutéis.
Y celebréis o no, creáis o no creáis, Feliz Navidad, naturalmente.


El despertar

Él era joven y atractivo. Se trataba de un chico de una actividad incesante. Y también alegre. Al menos hasta el accidente.
A partir de entonces fue decayendo poco a poco según se iba dando cuenta de su estado. Porque había quedado en una especie de "ceguera" casi permanente. Y todo por un accidente de coche en un viernes de madrugada.
Su compañero, el que conducía, había bebido un poco, quizás demasiado. Él no: confió como otras veces en quien no debía hacerlo. No pensaba que los reflejos le fallasen justo en aquel instante. Afortunadamente ninguno murió, ni siquiera el ciclista agredido; pero él se llevó la peor parte y se dañó la cabeza, además de sufrir una lesión en el sistema nervioso que lo dejó ciego. O al menos casi, ya que todavía distinguía las formas y a veces algo más.
De este modo, por culpa de una noche, dejó de vivir. Se tumbaba en la cama e intentaba fijar la vista en aquellos posters de sus deportistas favoritos, o en aquél de Darth Vader que tanto le gustaba, y recordaba los extraordinarios partidos de fútbol con los amiguetes y en general todos los deportes que había practicado, pues era un atleta nato. De manera habitual concluía esta práctica en tristeza y autocompasión, sin conseguir más que borrones. Siempre igual.
Amaneció un día como otro cualquiera. Sus hermanos y hermanas se levantaron pronto y desayunaron, tras las discusiones habituales por conseguir un puesto en el solicitado cuarto de baño. También, de modo invariable, los gemelos impusieron su criterio y se encerraron los dos juntos un buen rato ante las protestas de sus hermanos. El desayuno fue visto y no visto, ya que el autobús no esperaba, y todos desaparecieron trotando por las escaleras, revolucionando en un tris el vecindario.
Después su madre bajó a comprar tras conducirlo hasta la cocina y dejar preparadas unas galletas y un tazón de leche. El silencio volvió a reinar en la casa. Se escuchaba el "tic tac" del antiquísimo reloj de pared, (un reloj que el abuelo había traído de a saber qué lugar en un remoto tiempo, aunque todavía funcionaba) y el ronroneo del gato, que se restregaba incansablemente contra sus piernas mientras suplicaba el alimento como todas las mañanas a esa misma hora.
El muchacho se acercó a trompicones al frigorífico y extrajo el bote de comida del animal. Lo observó unos instantes. Escudriñaba las letras mayores, aunque pronto desistió. Se cansaba mucho y parecía perder algo más de visión por momentos.
"Todo lo que no se usa se atrofia" le decía en otro tiempo su abuelo. Los médicos no andaban tan optimistas y pensaban que poco podría ejercitar ya la vista. Por lo menos, en esta época. Además, se informó a sus padres de que se encontraba en peligro de un aumento de la ceguera, y nada podían hacer excepto someterlo a una nueva operación que a esas alturas no era recomendable, no hasta que transcurriese cierto tiempo. El panorama no era muy positivo, la verdad.
Aparte del gato, el abuelo se encontraba en la habitación del fondo, con sus facultades mermadas por la muerte de su esposa. Ahora era como un "niño viejo" al que había que cuidar y dedicar la atención, algo que recaía en la madre, quien pasaba por una época de estrés por el cúmulo de desgracias recientes.
El abuelo. Él, que había viajado por el mundo y visto y vivido multitud de experiencias que en otro tiempo le permitían ser el "consejero" de la gente que le rodeaba, ahora no podía ni siquiera comer sólo. Así es la vida, aunque como él mismo decía cuando notaba que su mal se acercaba: "Que me quiten lo bailao".
El joven se dirigió hasta la sala de estar apoyándose en los quicios de las puertas. "Dentro de poco, a vender cupones, eah." se dijo riéndose de su desgracia.
Cogió una revista e intentó fijar los ojos en las enormes letras de la portada. Se la aproximó a la cara y después la fue alejando de manera pausada, siguiéndola con la mirada. Esta operación la había repetido desde varios meses atrás, como le habían aconsejado, aunque sus avances eran más bien escasos. Quizás esto último se debiera a la poca motivación, ya que- pensaba él- nada iba a cambiar en su vida hacerlo o no, y en esto los médicos tenían parte de culpa. Sólo uno de ellos había apuntado que no cesase nunca de intentar observarlo todo, y así evitar que su invidencia avanzase; al menos mantendría lo que veía.
Retiró a los pocos minutos la revista y se dirigió al servicio. De camino, tropezó primero con una puerta y después con el pobre gato, quien le seguía como una sombra al ser la única atracción que le ofrecería la mañana, por lo menos hasta echar el siguiente sueñecillo al lado de la estufa. El chico cayó despotricando contra el animal y éste huyó asustado lo más deprisa que pudo tras el sillón.
La agresividad le había aumentado. Se sentía un inútil. No podía realizar nada bien, y lo que antes se trataba de rutina ahora se le convertía en un mundo. En estas ocasiones se daba cuenta de lo valioso que había perdido, como suele ocurrir siempre que se deja de poseer algo. Todo por beber demasiado, no cesaba de repetirse esto último; y sin embargo no guardaba rencor a nadie. Aquello había sido un fallo como otro cualquiera, un error que había costado caro. Llegó al servicio más pesimista por momentos y se miró al espejo ovalado que abarcaba media pared. Continuó sin verse. Bajó los ojos, se lavó la cara y la frotó con fuerza por la rabia que sentía ahora más viva.
"No quiero ser un ciego, no quiero serlo" se repetía en cada restregón. "Soy un mierda".
Se escuchó un golpe. El abuelo. Un golpe sordo, de caída. Y después un lamento.
El muchacho se levantó de sopetón y actuó enseguida. Salió del servicio y esquivó hábilmente al gato, que erizó el lomo al verle avanzar hacia él de un modo poco corriente. Iba rápido y decidido. Al instante llegó a la habitación y encontró al abuelo intentando levantarse del suelo, sin éxito. Sin dudar lo elevó con sus fuertes brazos y lo sentó en la cama, reprendiéndole el que no le hubiese avisado.
"Cuando quieras ir al servicio otra vez, me lo dices, ¿vale, abuelo?".
Este no dijo nada. Sólo lo miró a los ojos y, muy despacio, fue esbozando una sonrisa como hacía años, una sonrisa expresiva e inteligente.
El chico lo observó aturdido. No había captado esa expresión desde antes de su enfermedad. Pero lo más extraño fue que él lo vio claro. Su ansia por salvar a quien apreciaba de verdad le hizo olvidar su mal. Se quedó quieto, mientras aquella sonrisa le penetraba y le abría al mundo, y un torrente de alegría inundaba su ser, a pesar de la ceguera.
Y el gato, subido en la cama entre ambos, miró con sus grandes ojos verdes aquella inusual escena, sin cesar de balancear el rabito.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Vocación truncada


Os dejo un más que interesante relato corto de Marta Querol, para todos los fans de ella que le piden algo más que sus novelas. Que se vea que escribe de un modo que engancha y atrapa.

Vocación truncada

Llevaba una hora en la calle pasando frío, y nada. Ni un cliente había parado. «Maldito frío», se dijo. Si no fuera porque le fastidiaba el negocio, se habría enfundado en el anorak acolchado que se había comprado la semana anterior. ¡Qué calentito era! Se estremeció. Una ráfaga helada se abrazó a las muchas partes de su anatomía que quedaban al descubierto. «Mejor», se dijo. El frío hacía más evidentes sus encantos bajo aquella miniblusa transparente. Observó ambos lados de la calzada. Solo un par de compañeras adornaban la acera opuesta.
Miró el reloj y se encendió un cigarrillo. Mantuvo las manos resguardando la llama para calentarlas todo el tiempo que pudo. Sus manos... Las contempló. Eran perfectas: delgadas y finas. Nunca imaginó que terminarían estirando, temblorosas, el bajo de una falda de cuero para tratar de paliar la crudeza de las noches en la calle.
Tan solo seis años antes tenía un futuro prometedor por delante. Buena estudiante, sacó nota para entrar en medicina. Quería ser cirujano. Su madre no podía pagarle la carrera, pero ella le dijo que trabajaría. Lo intentó. Bien sabe Dios que lo intentó. Pero lo más que consiguió fue recibir la atención de algún que otro profesor al que no le pasaba desapercibido su atractivo. Tal vez pudiera sacarle partido, pensó entonces. Decidió, para evitar riesgos, limitar su clientela al personal del Campus. Hizo unas sugerentes tarjetas con su número de móvil y las puso en la ventanilla de los coches que aparcaban allí. No le importaba que la reconocieran. A fin de cuentas, quien requiriera sus servicios tampoco lo iba a pregonar.
Le fue bien desde el principio, incluso mejoraron sus notas en alguna asignatura; pero el dinero no le alcanzaba. El sueldo de su madre daba para poco más que para mantener a sus cuatro hermanos. Ella quería vivir, además de estudiar; quería ganar más y con los asiduos del Campus era insuficiente.
Uno de los clientes habituales controlaba la Farmacia, y no le costó mucho hacerse con sus llaves y sacar una copia. Tan pronto la tuvo, comenzó a hacer visitas clandestinas al laboratorio. Sabía bien qué buscar. Más difícil fue encontrar compradores, pero varias tardes en un Ciber visitando páginas de venta de fármacos ilegales le dieron la pauta a seguir. Era arriesgado, tenía que entregar las dosis en persona, pero resultó ser más rentable que las visitas a la pensión y menos desagradable. La morfina y los derivados de la benzodiazepina tenían una clientela fiel. Procuraba sustraer productos diferentes cada vez, en pequeñas cantidades. Tomaba sus precauciones, usando guantes de latex, vigilaba que no la viera nadie. Era rápida; había llegado a controlar la organización de aquella pequeña botica.
Pero no tardaron en dar con ella. La pillaron entregando dos cajas de Rohypnol a una mujer madura que resultó ser agente de policía. Aparte de la sentencia que le cayó, la expulsaron de la Facultad cuando le quedaba poco para titularse. ¡Con el futuro que tenía! Era cirujana de vocación, y había acabado de puta por necesidad…
Sus pensamientos se interrumpieron al verse deslumbrada por los faros de un coche. Esbozó su mejor sonrisa y sacó pecho. Seguía erizado. Rogó para que aquel vehículo que rodaba con esa lentitud característica de quien está revisando la mercancía, se detuviera frente a ella. O paraba, o se volvía a casa antes de pillar una pulmonía.
Se detuvo.
El propietario del vehículo resultó ser un hombre joven. Treinta y tantos. «Buena pieza para esta noche», se dijo contenta. No le costó nada cerrar el trato, aunque le regateó.
«Qué tiempos», se dijo, «que hasta un polvo está de saldo». Pero aceptó. ¿Cómo lo iba a dejar pasar?
Se dirigieron a la pensión sin apenas hablarse, salvo para darle la dirección y preguntarle un nombre por el que llamarle. Sabía que casi nunca era el auténtico, pero le facilitaba el trabajo.
―Juanjo. Me llamo Juanjo ―respondió el hombre sin mirarla―. ¿Y tú?
―Mónica ―le contestó ella, convencida de que por una vez no se habían inventado el nombre. ¿A quién se le ocurre decir que se llama Juanjo, si no es así? Sonrió. Parecía ingenuo y esos eran los más fáciles.
En quince minutos estaban en la puerta de la pensión. Situada en un lugar apartado y de apariencia cutre, tenía unas habitaciones impensables en un sitio así, donde destacaba la inmensa cama y una bañera estupenda. El dueño cobraba la habitación y un “suplemento”, que Rosario, que es como en realidad se llamaba, pagaba encantada. Aquel sitio le traía suerte. Nunca llevaba a sus clientes a casa, por las muchas complicaciones que eso conllevaba. No quería hacer sufrir a su madre, que bastante había pasado ya.
Durante el viaje había entrado en calor. Miró sus manos; habían dejado de temblar.
A Juanjo le apremiaba la necesidad, pero ella lo convenció para relajarse con un baño de espuma y una copa. Le iba a costar lo mismo y disfrutaría más, le argumentó, risueña.
Lo desnudó con mimo. Estaba en forma. Salió un momento para dejar la ropa de Juanjo en la habitación y, de paso, inspeccionarle la cartera. Los vivarachos ojos de una niña de tres o cuatro años la saludaron desde los brazos de una mujer morena, algo gruesa y no muy agraciada. Rosario volvió a sonreír.
Regresó al baño. A Juanjo los ojos le brillaban, mientras mantenía en la mano la copa que Rosario le había dado. Estaba casi vacía.
―¡Qué rápido! No me has esperado ―le dijo mimosa―. Empieza la cuenta atrás… ―canturreó―. Diez… Nueve… ―se fue desabrochando la minúscula blusa mientras él la observaba embobado― Ocho… Siete… ―su blusa cayó al suelo con la misma lentitud que contaba― Seis… Cinco… ―estaba a punto de caer su falda cuando lo que cayó fue la copa que Juanjo mantenía en la mano, haciéndose añicos.
―¡Joder, que tío más torpe! ―exclamó Rosario, mientras quitaba el tapón de la bañera―. Ahora tendré que recoger los cristales.
Aseo como pudo el lugar para moverse sin riesgos, cogió su teléfono y marcó.
―Tengo uno… ¡Y yo qué sé!, pues treinta y tantos, supongo... Es estupendo, de lo mejorcito… De acuerdo, en una hora lo tendrás disponible. No te retrases como la última vez, y trae el dinero.
Cuando colgó, sacó su maletín, la pequeña nevera portátil, el hielo que guardaba en el congelador del minibar, se lavó las manos y miró el reloj para controlar el tiempo del que disponía hasta que despertara. Sus ojos brillaron. Quien le iba a decir a ella, después de todo lo pasado, que terminaría ejerciendo la cirugía.


Marta Querol Benèch

www.martaquerol.es

martes, 6 de diciembre de 2011

La solución del sauce


El sauce había consumido todos los cartuchos. Sólo le quedaba una cosa, pero para ello debía moverse, y hacía tiempo que no lo entrenaba (cuando era muy joven se trasladó unos centímetros, como le dijo su padre, pero de eso ya casi ni se acordaba). Esa noche decidió volver a intentarlo. Cenó fuerte y, cuando el último viandante se hubo marchado y el silencio invadía el parque, trató de elevar primero una raíz. Tardó más de una hora en sacarla a la superficie, y otra más en mover la otra fuera del lago. Arrastraba un fango horrible y pesado, pero no le importaba: lo había conseguido. Las demás raíces salieron más fácilmente, y el frescor de la noche se le introdujo por los resquicios inferiores, produciéndole temblores. Solo faltaba cruzar la calle y ponerse a la fila que diariamente se arremolinaba al otro lado. Allí debía encontrarse la solución, puesto que todo el mundo se pasaba las horas muertas uno detrás de otro: la cola del paro.
-Ea-se dijo plantándose ante la puerta del INEM cuando todavía no habían abierto sus puertas- Seguro que aquí encuentro el remedio a mis problemas.

martes, 29 de noviembre de 2011

El hombre bueno que supo hablar (extracto)

Si de algo ha servido siempre este blog ha sido el hecho de mostrar escritos que, en mi humilde e inexperto parecer, merecen la pena ser leídos. Simplemente lo que a mí me apetece leer o creo que hay que dar una oportunidad. En este caso es un colega que últimamente voy descubriendo y que me asombra por su versatilidad. Su nombre es Alberto Lominchar y tiene ya varias novelas publicadas en formato virtual, aparte de ser un apasionado de la poesía. Humor, historia, versos, crítica, etc, etc. Lo que he conseguido leer de él vale la pena (repito que personalmente, como siempre hago)
En este caso aquí os dejo el principio de una novela titulada "El hombre bueno que supo hablar", texto repleto de humor a raudales que te atrapa desde el primer momento. Si dudáis de estas palabras no tenéis más que dedicar unos pocos minutos y comprobaréis que no os engaño.
Allá va.


"EL HOMBRE BUENO QUE SUPO HABLAR" (fragmento)

CAPÍTULO ÚNICO: UN GRAN HOMBRE.

Mi abuelo era un hombre extraordinario.

FIN

(Al terminar la novela he mandado el manuscrito a mi editor, Don
Pedro Mota del Pliego. Éste a su vez me ha remitido por correo su
parecer acerca de ella: Piensa que indudablemente demuestro ser un
escritor de talento, pero que la obra carece de “detalles”. Su consejo
editorial, formado por dos gallinas, un pollino, tres ovejas y seis
gorrinos –todos ellos gente ilustrada y competente- le ha expuesto,
tras un exhaustivo análisis de mi trabajo, que la novela tiene
“fuerza”, pero que ganaría mucho si diera más datos sobre la vida de
mi abuelo. “Datos, detalles...” pienso yo. ¿Así que es eso? ¿De eso se
trata? ¿Para editar una novela hay que explicar a fondo las andanzas
de sus personajes? ¡Dónde vamos a ir a parar! Ahora que, es normal,
vivimos en la sociedad del “culebrón”, así que, por lógica, la gente
demanda conocer las interioridades de los protagonistas de cada
historia. La sociedad del morbo...En fin, D. Pedro me ha
transmitido que sin más información mi librito no verá la imprenta.
Bien; habiéndoseme presentado un argumento tan contundente
–con buenas razones a mí se me lleva a cualquier lado- no me
queda más remedio que contar en profundidad –para deleite de los
cotillas- los alucinantes avatares del existir de mi egregio pariente.

CAPÍTULO II: EL ARBUSTO GENEALÓGICO.
Antes de empezar por el comienzo, me gustaría contar una
anécdota reveladora de la personalidad del abuelo. Era yo aún muy
niño – tendría apenas unos veintisiete años y poca experiencia en la
vida- cuando D. Orlando me llevó al cuarto de los trastos, rincón
sagrado de su casa. La estancia estaba repleta de esos objetos
absurdos e inservibles que los mayores suelen guardar sin un
propósito definido: Dinosaurios, bombas atómicas sin explotar y
totalmente caducadas, algún masai recuerdo de una excursión por
el África, una o dos pirámides del Antiguo Egipto... Me llevó, digo,
a ése su lugar dilecto y una vez allí nos sentamos en el suelo
polvoriento y repleto de arañitas del tamaño de rinocerontes. Antes
había sacado de un vetusto baúl un álbum de fotos sucio y ajado.
Juntos empezamos a repasar las instantáneas: Tatarabuelos,
bisabuelos, abuelos del abuelo, fotos del abuelo mismo...En un

momento dado, D. Orlando interrumpió sus explicaciones y,
mirándome fijamente, repletos los ojos de orgullo, me dijo:
- Nieto mío: has de saber que nuestros antepasados han sido,
durante toda su trayectoria, gente admirada y respetada, auténticos
prohombres y promujeres de la sociedad que les tocó vivir: Unos
fueron piratas, otros –como mi padre- contrabandistas. Tuvimos
también algún magnífico tahúr, varios chamarileros...Vamos, la flor
y nata de su tiempo. Sin embargo, y aunque tenían motivos por
sus méritos para ser soberbios y engreídos, ninguno de ellos dejó
que el éxito se le subiera a la cabeza. Recuerda, pues, esto, nieto:
Nuestra familia siempre ha sido y debe seguir siendo una familia
modesta. Es por ello por lo que, durante generaciones, rehusamos
referirnos a nuestro linaje como “el árbol genealógico”. Nos gusta
llamarlo, simplemente, nuestro “arbusto familiar”, en honor a esa
modestia que nos caracteriza. Aprende, pequeño, esta lección y que
ella te acompañe en la vida.”

Así lo hice; Ahora intento conducirme siempre por la senda de la
humildad-aunque esté llena de brozas y matojos- . En ella empiezo,
ya sí, la verdadera e increíble historia de mi abuelo.

CAPÍTULO III: EL PRIMER NACIMIENTO.
En la época del abuelo la mayoría de las personas no nacía como en
la actualidad. En realidad, muchos individuos venían al mundo
siendo ya adultos, con dos carreras universitarias y vestidos con traje
de gala. El nacimiento era un evento social de primera magnitud,
sólo comparable al día de la primera baja laboral, que también era
muy celebrado por aquellos tiempos. El abuelo nació por vez
primera el veinte de Mayo de hace chorrocientos años. Sus
progenitores: don Obdulio y doña Eulalia. El parto fue sencillo y
enseguida llegó Orlandito, un ejemplar sanote de veintitrés años
con las carreras de ingeniería y filosofía debajo de su lustroso brazo.
La familia no pudo por menos que quedar admirada ante ese
mocetón que lucía un frac deslumbrante al llegar a este mundo.

Todo iba la mar de bien, de miedo, hasta el funesto día en que don
Obdulio se acercó al registro civil para dar de alta a la criatura en la
nómina del planeta. El buen hombre, robusto y grandote, con unas
barbas luengas y pobladas –algunos decían que de pigmeos,
habladurías por otra parte- que se le iban enredando entre las
piernas, llegó al recinto funcionarial ufano y orgulloso. Tras una
pequeña rebusca de ventanillas que tan sólo le llevó unas cuantas
horas, don Obdulio se encontró frente a la adecuada. Esperó
pacientemente su turno y llegado el momento comentó al
encargado:
- ¡Buenos días! Vengo a inscribir a mi hijo en el registro.
- ¡Ya! ¿Nombre y apellidos?
- Orlando. Orlando Penacho del Roble.
- ... del Roble. ¿Fecha de nacimiento?
- Veinte de Mayo del presente año.
- Veinte de Mayo... Veamos las actas registrales de turnos para
nacimientos...-El funcionario se encasquilló bien los lentes y con
soltura se puso a ojear los mamotretos. De repente, posó un dedo
en una de las páginas y soltó:
- Pero, oiga, si su hijo se ha adelantado; ¡debía de haber nacido el
veintisiete de Mayo!
El bisabuelo barruntaba que no podía ser cosa fácil el dar solución a
una cuestión de papeleo como ésta, pero aun así, en tono ingenuo,
comentó:
- Estooo... ¿y qué importancia tiene eso, buen hombre?
- ¿Que qué importancia tiene? ¿Es que se cree usted que en este país
se puede nacer cuando a uno le dé la gana? ¡Menudo desorden
entonces!
- Bueno... Pero estando la criatura ya en circulación... Que digo yo
que...
- ¡No, señor mío! –contestó indignado el del tenderete- Aquí hay
que seguir unas normas que no nos podemos saltar.
- ¿Y si pasamos por debajo de ellas? –preguntó el bisabuelo, por
quitarle tensión al asunto.
- ¡He dicho que no! El chaval tendrá que volver dentro de su madre
y nacer el día que le corresponde.
El bisabuelo Obdulio comprendió que había chocado con el alto y
tupido muro funcionarial y que, ante eso, poco se podía hacer.
Regresó a casa desolado para anunciar que el nene debería volver a
nacer el día veintisiete, como era de ley.

CAPÍTULO IV: EL SEGUNDO NACIMIENTO.
Mucha gente suele afirmar que segundas partes nunca fueron
buenas. Ahora, en el caso de mi abuelo es evidente que ese dicho se
cumplió. Como ya hemos narrado anteriormente, don Obdulio no
pudo formalizar el primer nacimiento de su hijo y, habiéndolo dado
por nulo –cual salto de longitud- el funcionario correspondiente,
tuvo que regresar al hogar y explicar la mala nueva a doña Eulalia.
Así pues, llegado el día veintisiete de Mayo el parto se tuvo que
repetir y esta vez con nefastas consecuencias. Si el primer
alumbramiento fue un éxito –exceptuando su faceta burocrática-,
el segundo resultó todo lo contrario: De éste la bisabuela Eulalia
tuvo, como sucede en la actualidad, un bebé mondo y lirondo. El
hecho fue toda una rareza, es cierto, pero de vez en cuando se
daban casos así. El abuelo resultó ser un niño pequeño, no un
jovenzuelo apuesto con sus dos licenciaturas y su trajecito de altos
vuelos. Lloraba, se hacía sus cositas encima y no había cristo que
razonara con él. El palo fue, como puede comprenderse, enorme
para sus progenitores. Las visitas encontraban al niño gracioso y
“muy espabilado para su edad” (todo ello entre risitas sofocadas e
ironías muy poco disimuladas), pero a espaldas de los bisabuelos
desataban sus desvergonzadas lenguas recreándose en la desgracia
familiar. A este nacimiento, como era de esperar, un funcionario
orondo y repantigado no puso ninguna objeción.

CAPÍTULO V: DON OBDULIO Y DOÑA EULALIA.
Hacemos aquí un breve receso en la historia del abuelo Orlando
para explicar quiénes eran y cómo se conocieron los queridos
bisabuelos. Don Obdulio, como ya hemos dicho, era un hombre
fortote, enérgico y de grandes barbas. Éstas fueron su orgullo, su
seña de identidad... ¡y le venían de miedo para su trabajo! Y es que
el bisabuelo ejercía el viejo y noble arte del contrabando, oficio para
atletas y virtuosos de la técnica; Para atletas porque el buen señor
debía recorrer leguas y leguas a través de montes y valles cualquiera
que fuera el clima (tornados, tsunamis, lluvias de meteoritos,
huracanes fuerza 9´5...) y para virtuosos de la técnica, ya que había
que demostrar una habilidad y pericia fuera de todo orden con
objeto de engañar a los sagacísimos agentes de la ley. Don Obdulio
poseía ambas cualidades y pasaba controles y fronteras
desapercibido cual nazareno en Semana Santa. Hacía su “excursión”,
se proveía de la mercancía necesaria (televisores, excavadoras,
tabaco ruso, tambores y tambores de detergente “limpiol”, árboles
de exóticas especies...) y la camuflaba bajo sus tupidas barbas. Así
mismo, utilizaba un amplísimo gabán con más de un millón de
bolsillos donde cobijar los más extraños trastos. De esta guisa, y
abultando treinta veces su tamaño natural –ya de por sí enorme-,
se presentaba de vuelta en la aduana. Allí ya era conocido y el
encargado aduanero le saludaba:
- ¡A la paz de Dios, Don Obdulio!
- ¡Con el espíritu protector de los funcionarios de fronteras, Simón!
- ¡Qué barbaridad, Don Obdulio! ¡Si cada día que pasa está usted
más relleno! Como no se cuide, su profesión va a acabar con su
salud –y es que el aduanero estaba creído que el bisabuelo trabajaba
en la prueba y control de calidad de colchones, una labor muy
demandada en aquella época (¡váyase a saber por qué!)-.
-¡Qué se le va a hacer, Simón! Ya sabes que me debo a mi labor... ¡Y
yo soy un profesional!
Había que reconocer que el bisabuelo fue enormemente bueno en
lo suyo y así le fue concedido varias veces el premio de “Traficante
del año”. También ejerció de presidente del gremio de
“conseguidores” (de esta forma les gustaba a ellos llamarse) durante
varias legislaturas. Desde luego, todo un personaje Don Obdulio.
En cuanto a Doña Eulalia, decir que fue mujer circense, en el
sentido literal de la palabra. Trabajaba en el mayor espectáculo del
mundo desde muy joven y el bisabuelo la conoció en una de sus
actuaciones. Por si no lo he mencionado antes, Doña Eulalia tenía
dos especialidades: El funambulismo –ese eterno caminar por la
delgada línea recta aunque ligeramente combada- y el trapecio –los
vestigios evolutivos que nos recuerdan nuestra procedencia
simiesca-. Fue una tarde en la que el bisabuelo se había acercado en
“viaje de negocios” al país vecino y, haciendo tiempo para que su
contacto le trajera las “provisiones”, decidió comprar un billete para
ese evento que pone un “¡oh!” permanente –e hilillos de baba- en
la boca del que lo observa. Don Obdulio devoró cada actuación con
ansia infantil, pero no fue hasta el número de funambulismo que
finalmente se le desencajó la mandíbula: El suceso lo produjo una
joven y arrebatadora gimnasta que parecía volar de rama en rama
–perdón, de trapecio en trapecio- con una gracia y una sutileza
absolutamente fuera de este mundo. En el punto álgido del evento,
Doña Eulalia –“Eulalita voladora”, por entonces- dio setenta y
cuatro volteretas antes de intentar alcanzar la barra de sujeción,
pero un inesperado mareo le hizo fallar su último giro y cayó entre
el público, justo en los brazos de Don Obdulio. La mirada entre los
dos lo dijo todo y el bisabuelo camufló a la artista en sus barbas con
presteza. Como el tema de los papeles del pasaporte estaba aún peor
que ahora, Don Obdulio decidió pasar a Doña Eulalia de
contrabando por la ya conocida aduana.
- ¿Qué hay, Don Obdulio? –preguntó Simón, el aduanero.
- Poca cosa, Simoncito –contestó Don Obdulio-. A propósito, que
sepa usted que me caso y está invitado a la boda.
- Pues que sea enhorabuena y gracias por el convite. ¡Ah! Y
descuide, no faltaré.
En esos momentos, entre las vellosidades faciales del bisabuelo, la
trapecista apenas podía contener una inocente sonrisilla.
Pasó el tiempo y, aunque ya casada, Doña Eulalia nunca abandonó
su afición por el circo y durante las “visitas turísticas” de Don
Obdulio ella utilizaba la casa como pista central: Saltaba de lámpara
a lámpara dentro del hogar o entre las cuerdas del tendedero del
patio para practicar con el trapecio. El funambulismo lo
rememoraba en las barandillas de los balcones: Los viandantes
observaban su actuación, la aplaudían y le pedían bises. Y es que el
veneno de la farándula cala muy hondo; ¡Qué se lo dijeran a Doña
Eulalia!


Alberto Lominchar Pacheco
http://erratico.bubok.es/

sábado, 12 de noviembre de 2011

El Valle del Demonio


Ahí os dejo un fragmento escogido de una de las últimas novelas publicadas de Sergio G. Ross, un chico que últimamente no para de publicar, y se merece una atención, la verdad. La novela promete misterio e inquietud o si no leedlo.


El Valle del Demonio (fragmento)

Aparte del morral de piel, el viejo había traído una bolsa de plástico consigo, una de buena calidad, resistente.
Antes de que Pedro se fuera, la había descargado del coche.
La bolsa pesaba bastante, así que la dejó apoyada contra la pared de la casa donde habían almorzado. Luego se santiguó y fue hacia la ermita, campo a través, sorteando las ortigas y mirando bien dónde pisaba, ya que el sendero que conducía hacia ella se había difuminado con la maleza y la falta de tránsito.
De lejos, la antigua capilla no parecía tan deteriorada, pero al acercarse pudo ver los trozos de pared caídos, el techo hundido, y la gran puerta carcomida, cerrada. El sencillo campanario, de un blanco impoluto, era lo único que parecía intacto.
Se acercó hasta la entrada evocando las veces que había estado allí cuando era niño, antes de que todo se descontrolase. Por aquellos tiempos, él debía rondar los diez u once años, todavía no se había construido la iglesia del poblado de Los Girasoles. Los vecinos subían por el sendero que llegaba desde la carretera hasta la base del monte, en una peregrinación que se repetía todos los domingos, hiciese el tiempo que hiciese.
El niño que era Antonio tardó poco en darse cuenta de que la gente de los dos poblados (el de arriba se llamaba “Los Tomillos”) mantenía cierta tirantez, cierta tensión, que era palpable como el frío en invierno. La gente de arriba, del monte, era sumamente reservada, de una religiosidad extrema y extraña. Los hombres llevaban barba, aunque fueran jóvenes, y vestían siempre de negro. Todos parecían conocerse la Biblia de carrerilla. Las mujeres sin excepción cubrían sus cabellos con pañoletas, y nunca hablaban con desconocidos. Muy rara vez con los hombres del otro pueblo.
Las malas lenguas decían que las gentes de ese poblado se casaban entre ellas. Los hermanos con las hermanas, y cosas así. Para Antonio, por aquel entonces la palabra “casarse” sonaba muy distante, se imaginaba que estar casado sólo llegaba cuando uno era viejo. Si se ponía a pensar, sus padres siempre habían sido personas maduras. En los tiempos de la posguerra civil española, tiempos duros, los hombres y mujeres perdían pronto las pinceladas de juventud. La piel curtida, las manos callosas y los cabellos canos eran señales inequívocas de la forma de vida, la forma de ganarse el pan.
Los vecinos de los Girasoles procuraban no subir mucho a la base del monte, sólo para cazar o los domingos para ir a misa. Nadie hablaba abiertamente de ello, y cuando lo hacían, procuraban que ningún niño lo oyera.
Había algo siniestro en ese silencio.
“Si te portas mal te dejaré sólo en el poblado de arriba”.
Fuese cual fuese la auténtica razón, no tardaron mucho en empezar a construir una pequeña iglesia en el poblado de los Girasoles, y con el pasar de los años, se fue perdiendo la poca conexión con los de arriba. Como mucho, el pastor de cabras, el panadero, o pequeños intercambios de productos: queso, y algunas cosas que los de Los Tomillos hacían realmente bien: jabones, sombreros y trajes. Las mujeres del extraño poblado eran consumadas costureras.
Clac.
Una rama se partió bajo la bota del viejo. Dejó de pensar en el pasado y se concentró en el presente. Miró a través de la puerta carcomida. Los bancos de madera estaban llenos de polvo y vegetación, alguna viga de madera del techo obstruyendo el paso, y al fondo, el sitial con una Biblia mohosa. Y el olor a humedad putrefacta.
¿Qué esperabas, viejo? ¿Un grupo de feligreses vestidos de negro rezando?
Suspiró.
Dejó atrás la ermita, bordeándola hasta llegar al recinto trasero. Un cementerio de estacas y cruces apretadas. Sólo unas pocas estaban grabadas con nombres, el resto eran anónimas. Había vegetación por doquier, una frondosa higuera y unos palmitos. Pasó una pierna por encima de la verja astillada y caminó por entre la hierba y las lápidas sin nombre.
La de su hermano pequeño estaba en la octava fila, empezando por el sur.
Padre Nuestro que estás en El Cielo…
La turba bajo sus botas estaba descolorida por el sol. Al pie de la estaca, antaño una cruz cuya tabla horizontal se había perdido, una fila de incansables hormigas arrastraban los restos de un escarabajo. Antonio cayó de rodillas, temblando, entrelazando sus dedos y cerrando los ojos con fuerza.
Santificado sea tu nombre…
¿Cuánto tiempo había pasado?

……..

4:20 a.m.
La Fábrica nunca dormía.
Quizá sus sonidos cambiaban, sus tuberías crujían de un modo distinto, al igual que las chapas de metal que la forraban. Algunas veces eran los cambios que los hombres provocaban en su interior, abriendo y cerrando válvulas, aumentando o disminuyendo la cantidad de producto que circulaba por sus venas. Otras veces, dependía del frío de la noche o del calor de la mañana.
El metal se comportaba de forma curiosa con la temperatura.
Pero no siempre era así. Cuando la gente tenía sueño, cuando los operadores se refugiaban en las casetas a dormitar y ella estaba prácticamente sola… Cuando nadie caminaba por sus pasarelas y los ojos no se fijaban en sus manómetros, ni en los ruidos de sus bombas, la Fábrica se liberaba del yugo de los hombres. Crujía a su antojo, y se desperezaba como un niño travieso.
Un ser vivo, que sudaba por los poros de su piel, que no eran otros que las purgas de sus líneas, con sus propios olores, pestilentes y nauseabundos. Y como ser vivo, tenía sentimientos.
Si estaba triste, los motores giraban más despacio, y si estaba alegre era capaz de dar más brío a los ventiladores y a los filtros rotativos.
Ahora era distinto. Estaba enfadada, realmente disgustada con los hombres.
Él le había dicho que ellos pensaban traicionarla, que estaban tramando desconectar la corriente que alimentaba sus órganos. Luego traerían máquinas que la cortarían a trozos, desmembrándola para siempre, demoliendo sus cimientos.
Estaba tan desquiciada que no se paraba a preguntarse cómo Él sabía esas cosas. Tampoco quién le había enseñado a hablar su lenguaje.
Pero lo cierto es que allí estaba, subido en su nueva torre, en lo más alto, con apariencia de mujer voluptuosa, siseando, murmurando, con aquella voz seductora e irresistible.




Sergio G. Ross
http://elalmaimpresa.blogspot.com

sábado, 5 de noviembre de 2011

Aventuras de un opositor en apuros


Sólo queda una semana.
Ya no sé ni cuántos meses llevo en el mismo sitio, escuchando lo mismo por la ventana abierta y viendo los mismos dibujos de la pared. Me encuentro en un zulo, vamos.
“La Dirección General de producción Agropecuaria se encarga de la intervención de los mercados alimentarios” Uff, se me quedó al fin en la cabeza.
Es que una oposición es algo de lo más ingrato y solitario, aunque tengas el apoyo de la familia. Todos los días lo mismo, ya sea en casa o en la biblioteca donde, por cierto, a veces hay más marcha que en cualquier otro lugar. Por ejemplo en el mes de agosto a las cinco de la tarde, con los estudiantes que se presentan en septiembre y que se acaban de dar cuenta de los pocos días que les quedan después de pasarse un verano sin dar golpe. A veces hay hasta peleas por un sitio, incluso con amenazas escritas en los apuntes del vecino si te ha movido el libro unos centímetros cuando aprovechaste para ir al servicio en un instante de debilidad.
Mi mente vuela como las aves, pensando en lo bien que estaría yo en la calle, tomando unas copitas o viendo la luz del sol únicamente (mi piel luce como la de un vampiro). Hace un día de miedo, vamos, y yo aquí.
No, otra vez no. Concentración, que ya queda menos. Como la rama Tuk a la que se refería Tolkien en su libro, cargada de fuerza y valentía, contrastando con el lado débil y cobarde de los Bolsón, me reprendo a mí mismo. Me conformaré con la ventana abierta, única relación con el mundo externo.
Parece mentira en ese sentido, pero sin darte cuenta puedes analizar la vida de los demás en su rutina si quieres, trazando un calendario y horario cual entrenado espía: los niños del quinto se van a clase a las nueve en punto, como un reloj, con su padre aullando tras ellos para mantenerlos dentro “de la raya” (expresión suya); o el otro vecino, ya jubilado, con su paseo matutino a comprar el periódico y para aprovechar-ahora que no nos oye- a fumarse un par de cigarrillos escondido detrás de una viga que hay a la salida del portal; o la pareja que discute cada dos días con sus portazos incluidos, con su lenguaje –el de ella por lo menos élfico o swahili, no sé- incomprensible para todo bicho viviente, aunque creo que son de un barrio de Parla.
Vaya, el vecino ha puesto la música, qué bien. Es verdad, este también. Es un rapero o hiphopero (perdón mi incultura en este sentido) que abre la ventana con la música a todo trapo, no precisamente clásica, y da unos cuantos berridos cuando se despierta, entre las cinco y seis de la tarde. El otro día mi mujer le pilló en la ventana emocionado, dando giros a lo Michael Jackson a la par que tendía unos gallumbos. Qué visión.
Por suerte parece que se tiene que ir y la música se detiene pronto, incluso antes de que mi dolor de cabeza me haga cerrar la ventana y el contacto con el exterior. Bien, podré seguir escuchando de fondo a Billie Holliday. Tengo un acopio de cintas y cds de toda clase y condición, para acompañarme en mis días solitarios. New age o Chilout, como quieras llamarlo, jazz de todo tipo, clásica, o hasta flamenco, etc. Música no precisamente de disco pero que me relaja y abstrae sin, por el contrario, distraerme en los últimos días de suplicio. De vez en cuando mi cabeza piensa en todo lo que voy a realizar una vez termine, salga bien o mal, aunque la mitad se me olvidará probablemente minutos después. Parece mentira la actividad cerebral que se genera en estas épocas, la capacidad de retención, atención y velocidad que la necesidad te proporciona. Si tuviese tiempo escribiría un libro en un santiamén, pienso.

Bueno, parece que hoy me ha cundido. Más o menos me miré lo que tenía planeado, que ya es bastante. Hay días en que uno no está para nada por diversos motivos, y otros sí se tiene la cabeza dispuesta, pero asuntos ajenos al examen- últimamente mi hija y su nuevo novio nos trae de cabeza- se interponen y rompen el día perfecto (para estudiar, claro, si es que se puede hablar de “días perfectos”). Si hubiese decidido opositar hace años…pero en fin, uno piensa en hacer de todo cuando termina la carrera menos en seguir estudiando…Como se suele decir, la vida te lleva por otros derroteros.

-¡¡Cago`n Dios y la puta Virgen!!- suelta una melodiosa voz que engalana la tarde.
Este es el vecino que faltaba, se me había olvidado, triste de mí. Hay un hombre, jubilado o en paro, no lo sé, que ameniza los instantes sublimes con estas estupendas y armoniosas frases, dulces como la empalagosa miel de azahar. Da igual la hora. Lo mismo a las ocho de la mañana como a la una de la madrugada lo he escuchado en su terraza. Primero un golpe y después un taco, no hay variación. De vez en cuando saco la cabeza por la ventana, a ver si atino a descubrir en qué piso es, ya que nunca lo he visto. Pero estar está, como las meigas. Y si me olvido, cada cierto tiempo me recordará su presencia. Deduzco que está construyendo algo. Pero qué algo, digo yo. Porque le escucho desde hace tres largos años ya. Creo que El Escorial se edificó en menos tiempo…

En estas me encuentro cuando un súbito piar se acerca a mi ventana y pasan volando dos golondrinas en vuelo rasante, una detrás de otra. Ah, ya van a intentarlo otra vez. El otro día descubrí que existe un nido a un metro por encima de una de mis ventanas. Está claro que les gusta el lugar y no me importaría que criasen, aunque lo veo difícil. Pero cosas más complejas se han conseguido, como sacarse oposiciones.
En fin, que me dejo de tonterías y creo que voy a darle otro repaso, que hace falta.
A ver, la Dirección General de producción agropecuaria se encargaba de…¡maldita sea!

viernes, 28 de octubre de 2011

¡¡¡5000 visitas!!!


¡Por fin!

Debió ser el martes o miércoles cuando se llegó a la cifra. Me refiero a las cinco mil visitas a esta página. Gracias a todos los que visitáis este blog, nada del otro mundo por otra parte, pero con un granito más que añadir a la multitud que pupulan por internet. Gracias por seguir visitanto esta página, aunque a veces los comentarios escaseen. Algo interesa y me alegro, y por eso este lugar permanece y os pertenece, un lugar donde expongo noticias, comentarios o relatos de compañeros que aman la escritura como yo, o más aún; amigos que comienzan su andadura y necesitan un pequeño empujón, o, por lo menos, un lugar más donde exponer sus escritos. Y en general a todos los que os consideráis de la Generación del Alcoyano.
A todos, gracias.

martes, 18 de octubre de 2011

La tentación


Allá va un relato de lo más intrigante de la magnífica Blanca Miosi. No digo más.
Que lo disfrutéis.


La tentación

La lluvia que retumbaba sobre el techo de zinc de la destartalada casucha a la orilla del camino, hacía difícil escuchar el sonido que emitía un pequeño aparato de radio, tan viejo como casi todo lo que había en la choza. «Lluvias torrenciales y tarde muy nublada», se podía oír apenas. El hombre que había pedido cobijo dibujó una irónica sonrisa en su rostro macilento y lleno de pelos; una barba que le nacía casi en el cuello. Afuera el cielo estaba plomizo y la lluvia no parecía amainar. Lo suyo no era el frío.

Miró por la rendija de la pared de madera una vez más, como si de esa manera el clima se apurase en cambiar, pero no había remedio. Tendría que continuar el viaje, de lo contrario no llegaría a cumplir la misión encargada. Después de medianoche todo estaría perdido. Hizo el ademán de levantarse cuando vio a una muchacha entrar en la pieza principal haciendo a un lado un trapo mil veces sobado. Lanzó un bostezo y se estiró toda ella sin percatar su presencia. La vieja que lo había recibido mostró su desdentada sonrisa.

—Es mi nieta. Se llama Flora.
—Mucho gusto, señorita Flora —saludó el hombre.
—¿Desde cuando está esperando? ¿Por qué no me avisaste, abuela?
El hombre levantó las cejas.
—Hija, es un caminante que entró debido a la tormenta —aclaró la vieja.
—¡Ah! —exclamó la chica con desencanto.

Se ahuecó el abundante cabello de color negro azabache que le caía en cascadas hasta más abajo de los hombros y al acercarse a la estufa, el hombre pudo apreciar a contraluz que debajo del delgado vestido estampado estaba desnuda. Los senos, apenas cubiertos, parecían que irían a salirse en cualquier momento por el amplio escote y que ella no haría nada para evitarlo. Retiró con esfuerzo la vista y trató de posar la mirada en su rostro de labios carnosos y ojos grandes y oscuros como su pelo. A pesar de no ser bonita, tenía un atractivo salvaje. Al forastero le provocó poseerla allí mismo, no le importaba si la abuela se escandalizaba.

Haciendo un esfuerzo retiró su mirada y la volvió a enfocar en lo poco que podía ver a través de la rendija. Cada vez el cielo estaba más oscuro, y la lluvia no dejaba ver más allá de la ranura. La muchacha pasó por su lado y él pudo oler el aroma que emanaba de su cuerpo. Era olor a hembra en celo. Él lo reconocía bien. Ella lo miró y con una sonrisa le ofreció una taza de té caliente que el hombre tomó de un solo trago, sin quemarse.

—¿Qué haces por aquí? —preguntó con aire de desgano, mientras se sentaba a su lado en un banco, cruzando las piernas. Sus muslos estaban al aire y el forastero sabía que más arriba no llevaba nada. Miró su blanca piel con deseo.
—Iba hacia la Hacienda Grande pero mi caballo sufrió un accidente. Tendré que sacrificarlo.
—¡Ah! ¿Sí? Esa es gente rica. ¿Y qué ibas a hacer allá?
—Un encargo —se limitó a decir el hombre.

No podía apartar los ojos de sus muslos, nunca había visto piernas tan hermosas, y los senos... pudo apreciar la punta del pezón asomando en el escote, turgente, rosado. Ella dejó las sandalias y quedó descalza.
Sintió una erección imposible de disimular. La muchacha sonrió. El mohín que hizo con sus labios parecía una invitación. Sacudió la cabeza para llevarse el cabello hacia atrás y se le acercó. El forastero metió sus manos por debajo del vestido y la atrajo hacia él apretándole las nalgas.

—No cobro muy caro —dijo Flora—, ¿vienes?

El hombre respondió con un sonido gutural, agarró la mano que la joven le tendía y fue con ella tras el trapo que hacía de cortina, mientras la vieja enseñaba su mueca por sonrisa. Los gemidos de Flora eran tan fuertes como si la estuviesen desflorando; el hombre no se quedaba atrás. Transcurrió mucho tiempo, tanto, que la vieja se quedó dormida en un rincón sobre una estera. Cuando despertó era de día. Su nieta estaba contando los billetes sobre una mesa que más parecía un banco grande. Había mucho dinero.

—Abuela, maté dos pájaros de un tiro —dijo—. El forastero no llegará a tiempo, y el señorito seguirá con vida. Le hice prometer que no le haría daño. Y antes de partir me dejó todo su dinero.
—Espero que te cases pronto. Dentro de poco seré yo quien parta.
—Me casaré, abuela. No te preocupes. La Hacienda Grande será mía.

Afuera salía el sol, los lodazales se iban secando, y el forastero a medio camino de regreso, trataba de hilvanar una razón que dar por la cual no llevó a cabo el cometido. Su jefe se pondría furioso, pero... había valido la pena. No siempre se la pasaba tan bien en el infierno.


B. Miosi

miércoles, 12 de octubre de 2011

Allí estaba


Allí estaba.
Cerca. Cada vez más.
Un olor desagradable culebreaba hasta él. Algo insufrible. Gotas de sudor resbalaban por su angustiado semblante, y sus pasos resonaban en el siniestro pasillo. Al fondo se hallaba aquel ser.
Pensó en lo que había hecho para merecer aquello. Era inhumano, un ritual demoníaco.
Oía su respiración entrecortada, sus gruñidos hirientes. Pero debía hacerlo, no había ya vuelta atrás. Lo decidió y ahora se trataba de su obligación.
Llegó a la puerta. La Criatura callaba. Ahora le espiaba, estaba seguro. Tantos años renegando y al final había caído como todos. Nadie se salvaba, ni aún el más agudo y advertido.
Un sonido que se le antojó terrorífico partió de su blanco, y los pelillos se le erizaron una vez más. A punto estuvo de salir corriendo, abrir la puerta y escapar de una vez por todas dando alaridos y desahogando su ansiedad y pavor contenido.
Entró y se colocó delante, mostrando una valentía que no sentía.
Sus manos temblorosas se acercaron hasta el cuerpo que se retorcía, ahora observándole desde su blanca y fina piel. Ya no perdía detalle, todo movimiento era captado por esas largas pestañas.
“Huye”, se dijo, “aún estás a tiempo”. Se engañaba.
“¿Pero si otros lo han conseguido por qué yo no?” admitió su parte menos cobarde.

Ahora el olor era insufrible, nauseabundo para él. Su pituitaria intentaba cerrarse, pretendiendo desembarazarse de los efluvios insanos que se colaban por todo resquicio. La rapidez era fundamental si quería realizarlo, disponía de unos segundos sin respirar, un minuto a lo sumo. No sería capaz. Aquello se lo impediría. Emitió entonces varios sonidos guturales. De hecho comenzó a moverse, reptando hacia su persona.
¡No! ¡Eso no!

Tomó la decisión en el último instante, cuando las extremidades sobresalían de la plataforma donde se hallaban.
Sus manos se adueñaron de aquello y lo levantaron. El Ser no le quitaba ojo y exhibió una mueca desdentada. Asió sin perder tiempo el odiado objetivo, repugnante y pegajoso, y lo apartó a un lado, mientras terminaba con aquella abominada operación. Sólo unos segundos y habría concluido por esta vez.
¡Oh, no! ¿Por esta vez? Era la primera de muchas, lo había olvidado.
- ¡Nooooooooooooooo!- gritó angustiado, y los estertores de aquel chillido permanecieron en el ambiente durante semanas.
Su primer pañal.

jueves, 6 de octubre de 2011

Curiosidades -curiosas- de Cine


Ahí van unos cuantos cotilleos para los amantes del cine.


- Casablanca. (1942)
Para empezar este anecdotario, qué mejor que comenzar con esta indiscutible gran película. Sin embargo, en un primer momento nadie lo habría adivinado:
* Título original: "Everybody¨s comes to Rick"
* El personaje de Rick ( interpretado finalmente por Humphrey Bogart, como todo el mundo sabrá) estuvo a punto de ser llevado a la pantalla por Ronald Reagan en un principio.
* El guión de Casablanca se íba haciendo según se realizaba la película, escribiéndose todos las días nuevas escenas y nuevos diálogos. Los actores no sabían a qué atenerse, y mientras Humphrey Bogart se enfurecía y se encerraba en su camerino, Ingrid Bergman no cesaba de preguntarse a quién tenía que mirar con ojos de enamorada.
* Se hicieron dos finales:
- Uno primero, en el que Ilsa ( Ingrid Bergman) se iba con su marido.
- Ilsa se quedaba con Rick.
Pero cuando se filmó el primero todas las dudas se despejaron y fue el elegido.
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- Psicosis Alfred Hitchcock fue uno de los primeros directores en emplear dobles de cuerpo. Para la escena de la ducha, la protagonista, Janet Leigh, sólo aceptaba hacerlo si llevaba postizos color carne en el pecho y en el vientre, pero se iban con el agua.El director recurrió a dos dobles, una para los planos cortos (una tal Marli Renfro) y otra para los largos (Margo Epper).
Otra curiosidad de la misma película es que la pobre actriz Janet Leigh estuvo durante muchos años sin poder ducharse....con las cortinas de la ducha echadas.

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- Entre los cientos de indios auténticos utilizados como extras de la película La Conquista del Oeste (1963), dos de ellos destacaban de forma peculiar: el primero, llamado Weelsel, era uno de los supervivientes de la matanza de Wounded Knee (del pasado siglo, entre indios y vaqueros de verdad); pero el segundo, un tal Red Cloud, había participado en una batalla que quizá nos suene más, pues este indio podía presumir de haber luchado contra el general Custer en Littlee Big Horn (sí, sí, en la batalla de " Murieron con las botas puestas", para que nos entendamos.) Contaba ya con cien años. -------
- En Con faldas y a lo loco (1959) a Marilyn Monroe le costó 59 tomas decir bien la frase: ¿Dónde está el bourbon?.
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- ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? . Este es el título del libro en que se basa la película Blade Runner(1982), dirigida por Ridley Scott y protagonizada por Harrison Ford .El autor del libro es Philip K. Dick y da la casualidad de que también escribió la novela en la que se basa la película Desafío Total(We can remember it for you wholesale , que significa algo así como " Podemos recordártelo ".)
En cuanto a Blade Runner, casi diez años le costó al director que su película se estrenase tal y como él la había filmado. La incomprensión de los productores forzó a Scott a estrenarla en su día recortada, con la voz de un narrador que explicaba la trama y con un final romántico e irreal (según algunos) en lugar del previsto, pesimista y ambiguo. -------
- Un fallo en los explosivos casi abrasó viva a Margaret Hamilton, la bruja malvada de El Mago de Oz (1939), que tuvo que ser hospitalizada. Además, tardó meses en eliminar el tono verdoso que dejo en su cara el maquillaje. -------
- Brandon Lee murió, en marzo de 1993, en el plató de El cuervo (1994) por el disparo mortal de una pistola que llevaba balas de verdad en lugar de salvas. Cuando falleció, el rodaje de la película aún no había concluído, por lo que se recurrió a la informática para suplir la ausencia del actor en las escasas escenas que faltaban. Para unas, tomó la imagen del actor de momentos filmados por él y las recolocó sobre fondos y decorados nuevos. Para otras, superpuso su cara por ordenador sobre el cuerpo de un doble.
A propósito de su muerte, existe la macabra coincidencia de que su padre, el mítico actor de acción Bruce Lee, había muerto en 1973 en otro rodaje, también en extrañas circunstancias.
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- Charles Chaplin participó de incógnito en un concurso de imitadores de Charlot y quedó el tercero.
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- En los comienzos de sus respectivas carreras cinematográficas, Burt Reynolds y su amigo Clint Eastwood fueron rechazados a la vez en la compañía Universal. Al primero le dijeron que no sabía actuar, y a Eastwood que tenía una nuez demasiado pronunciada para hacer carrera en el cine. " Al menos- le dijo Reynolds al otro- yo puedo aprender a interpretar, pero no sé lo que vas a hacer tú".
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- A Carry Fisher, la actriz que da vida a la princesa Leia en La guerra de las galaxias(1976) le obligaron a pegarse los pechos en las escenas de acción para no "distraer " la atención del espectador. Por cierto, esta actriz sólo tenía entonces 18 años.
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-Sharon Stone y William Baldwin se llevaban a matar en el rodaje de Acosada(1993), a pesar de hacer de amantes. Su inquina era tal que en un momento en el que Stone dudaba si quitarse o no los panties para una escena, él le dijo: "No te preocupes, tanto yo como el resto del mundo ya lo hemos visto y no es para tanto"; en alusión al famoso cruce de piernas de Instinto Básico(1992).

viernes, 30 de septiembre de 2011

"Va pensiero", Riccardo Muti y...Berlusconi

Lo siguiente lo he tomado de un amigo, pero creo que merece la pena en la situación actual que vive Europa (en concreto Italia) y la unidad entre la cultura y ésta.
A veces, afortunadamente, su fusión es más que patente.



Ahi va la historia:
El último 12 de marzo, Silvio Berlusconi debió enfrentar la realidad. Italia festejaba el 150 aniversario de su creación y en esta ocasión se cantó en la Ópera de Roma Nabucco de Giuseppe Verdi, dirigida por el maestro Ricardo Muti.
Nabucco es una obra tanto musical como política: evoca el episodio de la esclavitud de los judíos en Babilonia y el famoso Va pensiero evoca el canto del coro de esclavos oprimidos. En Italia, este canto es símbolo de la búsqueda de libertad del pueblo, que en los años 80 –época en que se escribió la ópera– estaba oprimido por el imperio de los Habsburgo, al que combatió hasta la ceación de la Italia unificada.
Antes de la representación, Gianni Alemanno, alcalde de Roma, subió al escenario para pronunciar un discurso denunciando los recortes al presupuesto de cultura que hizo el gobierno, siendo que Alemanno es miembro del partido gobernante y antiguo ministro de Berlusconi. Esta intervención política, en un momento cultural de los más simbólicos para Ialia, produciría un efecto inesperado, siendo que el mismo Berlusconi en persona había asistido a la representación.
Relatado luego por el Times, Ricardo Muti, director de la orquesta, contó que fue una verdadera velada de revolución: “Al principio hubo una gran ovación en el público. Luego comenzamos con la ópera. Se desarrolló muy bien hasta que llegamos al famoso canto Va pensiero. Inmediatamente sentí que la atmósfera se tensaba en el público. Hay cosas que no se pueden describir, pero uno las siente. Era el silencio del público que se hacía sentir. Pero en el momento en que la gente se dio cuenta que empezaba el Va Pensiero, el silencio se llenó de verdadero fervor. Se podía sentir la reacción visceral del público ante el lamento de los esclavos que cantan: “Oh patria mía, tan bella y perdida.”
Cuando el coro llegaba a su fin, ya se oían en el público varios “bis”. El público comenzó a gritar: “Viva Italia” y “Viva Verdi”. Gente en “el gallinero” comenzó a arrojar papeles con mensajes patrióticos. En una única ocasión Muti había aceptado hacer un bis para el Va Pensiero en la Scala de Milan en 1986, dado que para él la ópera debe interpretarse sin interrupciones de principio a fin. “Yo no quería sólo hacer un ‘bis’. Tenía que haber una intención especial para hacerlo.”, relata. Pero el público ya había despertado su sentimiento patriótico. Luego de que se acallaran las peticiones de un “bis” para el Va Pensiero, en el público se oyó el grito de: “¡Larga Vida a Italia!”
Muti se volvió, miró al público y a Berlusconi a la vez y dijo:
“Sí, estoy de acuerdo con esto. “Larga vida a Italia”. Pero… Ya no tengo más 30 años y he vivido mi vida. Recorrí mucho mundo y hoy siento vergüenza de lo que sucede en mi país. Así que accedo a vuestro pedido de un “bis” para el Va Pensiero. No es sólo por la dicha patriótica que siento, sino porque esta noche, cuando dirigía al Coro que cantó “Ay mi país, bello y perdido”, pensé que si seguimos así vamos a matar la cultura sobre la cual se construyó la historia de Italia. En tal caso, nuestra patria, estaría en verdad “bella y perdida”.
(Aplausos , incluidos de los artistas en escena)
Muti : Siendo que reina aquí un clima italiano, yo, Muti, callé durante muchos años. Quisiera ahora… tendríamos que darle sentido a este canto; estamos en nuestra casa, el teatro de Roma y con un coro que cantó magníficamente bien y acompañó espléndidamente. Si quieren, les propongo unirse a nosotros para que cantemos todos juntos.”
Entonces invitó al público a cantar con el coro de esclavos.
“Vi grupos de gente levantarse. Toda la ópera de Roma se levantó. Y el Coro también. Fue un momento mágico en la ópera. Esa noche no fue solamente una representación de Nabucco, sino también una declaración del teatro de la capital para llamar la atención a los políticos.”



Podeis verlo en youtube : http://www.youtube.com/watch?v=G_gmtO6JnRs

viernes, 23 de septiembre de 2011

Entrevista a Montse de Paz, ganadora del Premio Minotauro de 2011



24 de julio de 2011-Hotel NH de Gijón

A las doce en punto yo entraba por la puerta del hotel. Un día nublado, lástima, pero sólo sentía los nervios de la que sería mi primera entrevista a una persona que conocí por los foros: Montse de Paz (o Elisabet).
— Ya podía haber salido un día soleado, me cachis— me decía a mí mismo minutos antes— Pero Asturias es así.
Allí estaba, sentada, leyendo una revista, puntual.
Me recibió con una sonrisa y nos acomodamos en la terraza del bar-restaurante, un lugar más adecuado y con el silencio necesario para colocar la grabadora.
— Espero que funcione— me dije tratando de recordar si la había cargado o…glup…

Y comenzamos.

— Buenos días. Hola Montse
— Hola, buenos días.
— Hoy es día 24 de julio y nos encontramos con Montse de Paz, ganadora del Premio Minotauro 2011, justo el mismo día en que va a presentar su novela ganadora en la Semana Negra de Gijón. Felicidades por tu premio.
— Muchas gracias.
— Estarás contenta, ¿no?
— Mucho.
— Va a ser un lanzamiento para ti.
— Sí, yo creo que me va a abrir muchas puertas. Es una alegría y además una sorpresa, porque un premio así no lo planificas, es un regalazo.
— Me alegro de verdad, Montse. Estoy seguro de que será un tirón para tu carrera.
— Espero que sí.
— Bueno, lo primero, ¿qué te ha parecido lo poco que has podido ver de esta Semana Negra?
— Me ha sorprendido la animación enorme que hay, la variedad intercultural, la cantidad de autores que se implican… Sobre todo la tenacidad de los organizadores, que llevan veinticuatro años realizando esta movida, que debe ser un trabajo enorme. Me ha admirado su constancia, esos ánimos que tienen. Es muy interesante participar en un evento donde te encuentras con otros escritores, con cultura asturiana, africana… de todo el mundo, ¿no? Es muy bonito.
— Muy bien. A ver, en principio, háblame de un día cualquiera de tu vida. ¿Cuál es tu rutina diaria?
(Risas)
— Pues mira, soy una persona bastante organizada, me gusta lo que yo llamo la “dulce rutina”, porque es cuando más creativa puedo ser. Me levanto temprano y me voy a correr o hago gimnasia, desayuno y hago mi trabajo. Trabajo en la Fundación Arsis a jornada partida, cuatro horas por la mañana y el resto por la tarde. Por la noche, cuando llego a casa ceno y si no estoy muy cansada y no es muy tarde (y sin faenas extra) me pongo a escribir. Soy escritora nocturna, ya que son horas en las que estoy tranquila y la casa en silencio. Es el tiempo que tengo. Lo debo compaginar con mi trabajo, aunque más que trabajo es una vocación, me llena pero a la vez me demanda mucho. La escritura es complementaria a esta actividad.
— ¿Esperas que aparezca la musa?
- ¿La musa? No, no, la musa ya está ahí. Cuando me pongo a escribir una novela tengo toda la historia en la mente, de principio a fin. Luego, sobre la marcha, la voy enriqueciendo con detalles. De todas formas, no tengo un guión hecho al dedillo. La propia inspiración me va dictando por donde ir.
— ¿Por qué escribes? ¿Qué te incita a hacerlo?
— ¿Que por qué escribo? Yo creo que los escritores lo hacemos por instinto, al igual que un músico compone o un bailarín baila porque le sale del alma, ¿no? Es una necesidad de expresión, de crear. Yo creo que el hombre tiene ese impulso creativo en la sangre. Lo puede expresar de una manera o de otra. En el caso de los escritores utilizamos el lenguaje contando historias que llevamos dentro, dándoles una forma artística y convirtiéndolas en cuentos y novelas. Es mi forma de ser artista, muy modestamente, claro.
— ¿Por qué lo haces sobre fantasía y no sobre temas relativos a lo que tocas diariamente? Por ejemplo en la Fundación…
— Pues mira, no lo sé. Siempre he tenido mucha imaginación, me han gustado mucho la épica, las aventuras… Y también porque pienso que las experiencias de la vida cotidiana se pueden de alguna manera trasladar a historias épicas y fantásticas. Algunas de mis novelas están inspiradas en vivencias de la vida real traducidas a una historia fantástica. La fantasía, además, me gusta cultivarla, primero porque es un género con el que crecí cuando era niña y, segundo, porque te permite desarrollar ideas de forma muy creativa, dándole un halo épico, estético. La fantasía es muy simbólica, ideal para relatos de tipo iniciático, con un componente mitológico. Detrás de un mito lo que hay, en realidad, es una verdad humana, un hecho eterno en la historia de la humanidad. Los mitos recogen acontecimientos o momentos clave en la vida de las personas o los pueblos y los convierten en una leyenda. La literatura fantástica tiene ese componente mítico y me gusta. Me siento muy cómoda en ella.
— Me alegro, a mí también me gusta. Ahora me quería centrar en las novelas, en concreto en la primera novela de ficción que publicaste, Estirpe Salvaje. ¿Cómo te surgió la idea?
Estirpe Salvaje es la cuarta novela que he escrito. Las tres primeras son una trilogía épica inédita, de momento, y son muy largas. Cuando me empecé a mover para buscar editorial, una buena amiga y mentora, Montserrat Rico, me desaconsejó que presentase esas obras tan largas porque, de entrada, no se apuesta por un novel con libros que supongan un gran coste económico. Me sugirió entonces que escribiese algo más breve, por lo que se me ocurrió escribir la historia de dos de los personajes de esta trilogía desde su infancia, cómo crecen, cómo llegan a la adolescencia y enfocan su vida. Ivanka y Ruslan son dos hermanos marcados por un trauma inicial que van luchando por sobrevivir. He escrito además una continuación de la novela y más adelante espero publicar la trilogía.
— Sí, porque hay muchos flecos que dejas en Estirpe, como la princesa Olga o Igor, que sólo aparecen pero que se adivinan importantes…(Risas)
— Sí, son personajes que asoman… Y se quedan.
— Hay un personaje que me sorprendió mucho: Glinka. Y cómo acaba, claro...
— A la gente le gusta mucho. Este personaje lo tenía previsto como un guerrero más del Escuadrón Temerario. Pero es de esos personajes que a veces se te escapan de las manos, que empiezan a crecer, a tomar fuerza. Parece que dejas de controlarlo, así que lo dejé crecer para que jugase su papel importante en la historia. Incluido el final… que no vamos a revelar para los que no lo han leído. Para muchos lectores ha sido de lo más emotivo de la novela. Hace poco me entrevisté con Juan Eslava Galán y me dijo una cosa muy bonita y muy cierta respecto a esto, y es que hay que dejar que este tipo de personajes sigan su ruta, imponiéndose por peso propio, ya que están ligados a tu subconsciente. Te das cuenta además de que encajan perfectamente en la trama y le aportan mucha riqueza. Glinka voló alto. Ah, por cierto, en mi última novela también me ocurrió algo parecido con otro personaje. Además, este ni siquiera estaba planificado.
— ¿En El heredero del Clan?
— Sí, pero no te cuento nada de él para no desvelar más antes de que lo leas.
— Vale, vale, mejor. Volviendo a Estirpe Salvaje entonces. El personaje de Ivanka.
Ivanka es el favorito de muchos lectores.
— Pero ti te gusta más Ruslan, por lo que he leído.
— Bueno, es que es mi protagonista, y me he volcado más en él. Pero a ambos les tengo mucho cariño, son como mis hijos. Si te fijas, el enfoque de la novela es el de Ruslan. Muy pocas veces lo hago desde la perspectiva de Ivanka. De todas formas este personaje me gusta porque tiene mucha fuerza, es salvaje, es tal como es, transparente e impulsiva. Muy leal pero con esa complejidad femenina que la hace contradictoria cuando se va haciendo mayorcita. Por eso le gusta a la gente. Pienso que eso es tan humano que lo convierte en entrañable aunque, a veces, da miedo por lo fiera que es.
— ¿Y por qué le diste a la novela ese aire a “estepa rusa”?
— Eso tiene que ver con la trilogía, ya que está ambientada en dos territorios: en los países nórdicos, Escandinavia, y en un lugar que sería lo que hoy es la Rusia más cercana al norte de Europa. Es un reino que creé en esa zona, importante para la trilogía. ¿Y por qué lo ambienté ahí? Pues porque el Norte tiene un encanto especial para los escritores de fantasía. Hace poco leí una biografía de C. S. Lewis, el autor de Las Crónicas de Narnia, donde hablaba de esa fascinación que sentía él y que también sintió Tolkien. Decía que el Norte es como un dios que te dispara flechas dirigidas al corazón: una vez eres herido por éstas te atrae siempre.
— Es muy épico…
— Sí, el Norte es muy épico, un territorio salvaje, con muchos bosques, una naturaleza inhóspita, muy dura y bella a la vez, donde hay que luchar para sobrevivir. Es el escenario ideal para la épica.
— De hecho, tu última novela, de la que te preguntaré después, se encuentra ambientada en el norte de Europa.
— Sí, exacto. Mi última novela es escandinava, vikinga.
— Cambiando de tema: ¿te sueles basar en personas de la vida real para tus personajes?
— No, son personajes inventados. Lo que pasa es que para desarrollar su personalidad me inspiro en personas que he conocido, o en mi vida. Finalmente un autor, ¿de dónde coge material para escribir? De su vida y de sus lecturas. De eso haces una amalgama, tu propio cóctel, y de ahí sacas tus personajes. Ellos tienen su vida propia y no me inspiro en nadie en concreto.
- Bueno, has comentado alguna vez que no te gusta especialmente la fantasía ni la ciencia ficción.
- Es verdad. No soy una gran lectora ni de fantasía ni de ciencia ficción. A ver, he leído a Tolkien, y me encanta. Y ahora estoy leyendo la saga Canción de hielo y fuego, de George R.R Martin. Con estos dos autores he llenado el cupo. Aunque si consideramos dentro de la fantasía los libros de caballería, la épica clásica, las novelas de aventuras… pues esos libros sí me gustan. Pero quizás me decanto más por las obras clásicas, más de capa y espada, y no tanto por la fantasía contemporánea. Además, como verás, mi fantasía es más épica que fantástica. Y quizás más realista que épica. Nada sobrenatural o fabuloso. No me gusta echar mano ni de la magia ni de los dragones o monstruos con pezuñas (risas). Y con la ciencia ficción lo mismo. Las altas tecnologías se me escapan, no es lo mío. He leído a Orwell, a Bradbury… pero poco más.
— Ya que hablas de ciencia ficción, ¿cómo te surgió Ciudad sin estrellas?.
— La idea era escribir un cuento basándome en el mito de la Caverna de Platón. Un mundo cerrado del que un personaje decide salir y ver qué hay más allá.
— ¿Estilo Un mundo feliz?
— Un poquito, sí. Esa era la idea. Lo que pasa es que me di cuenta de que el relato se podía desarrollar mucho más y se convirtió en una novela. Con estructura de cuento, con una trama muy bien cerrada. Aunque queda un final abierto. Ahora estoy escribiendo una segunda parte. La idea inicial era partir de esta tesis: ¿qué ocurre cuando descubres algo que los demás no ven, que sobrepasa las fronteras tanto físicas como mentales de la sociedad en que vives? Al disidente está claro que le van a dar leña, pero al mismo tiempo va a suscitar mucha inquietud en su entorno. Esa es la médula de la novela.
— ¿Y dices que hay entonces una segunda parte pensada?
— Sí, porque me lo propusieron varias personas y pensé que la novela permite una continuación, desarrollando esta y otra ideas de la historia. Estoy en ello. La llevo muy avanzada ya. A lo mejor sale el año que viene o el otro.
— Estaremos esperando, entonces. Hablando ahora de El heredero del clan que antes nombraste. Vuelves a tratar fantasía.
— Sí. El heredero del clan es otra historia relacionada con esa trilogía inédita. De la misma manera que decidí narrar la infancia de los personajes Ruslan e Ivanka, esta es la historia de los padres de un personaje de la trilogía. Los dos temas principales son la lucha por el amor y por el poder. A partir de ahí desarrollo una historia con esas dos tramas principales. Hay guerras, romance, intrigas, conflicto… un poco de todo.
— Todo en un mundo vikingo.
— Sí, es un mundo vikingo, pero no los vikingos clásicos de los siglos XI y XII, sino de una época anterior, oscura, de la que apenas se sabe nada. Por tanto puedo inventarme lo que quiera: lugares, personajes, o lo que sea.
— Bien, bien. Y para concluir ¿que hay de unos consejillos para los noveles en estos aciagos días para la publicación? (risas) Me río por no llorar.
— Basándome en mi experiencia, que sigan escribiendo y que lean mucho, mucho. A veces las primeras novelas no están maduras para ser publicadas. Sobre todo, cuando acaben la novela, que la den a leer a otras personas para ver cómo la pueden pulir, mejorar, calibrar si vale o no la pena. Si entusiasma a tres o cuatro lectores es que puede tener salida. Luego, que hagan como he hecho yo: mucha perseverancia, a llamar puertas, a no desanimarse nunca. Si no con una novela con otra. Eso me lo dijo también Sandra Bruna, mi agente: si una novela es rechazada, el novel no debe desanimarse. Quizá le acepten otra. De hecho yo comencé publicando la cuarta que he escrito.
— Habrá que tomar nota.
— Bueno, y otra cosa. Hay gente que se pone a escribir muy a lo loco. Deben plantearse si de verdad escribir es algo a lo que quieren dedicarse toda su vida, aunque no sea profesionalmente o para vivir de eso. Que se planteen si lo quieren hacer porque les gusta y les llena, les apasiona. ¿Estoy dispuesto? ¿Sí? Pues adelante. Si ves que una persona se desinfla pronto a lo mejor se trata solo de un subidón del momento, quizás le falta vocación.
— ¿Tú escribías desde pequeñita?
— Sí, lo que ocurre es que nunca me planteé ser escritora.
— ¿Qué querías ser, por curiosidad?
(Risas)
— Uff. Cuando era muy pequeñita quería ser enfermera o bailarina. ¿Sabes por qué? Porque iban muy bonitas con sus vestiditos blancos, muy monas ellas. Era solo por estética, en realidad no tenía ni idea. Nunca me han gustado los hospitales ni he tenido habilidad para bailar. No sabía lo que decía. Luego, de más mayor, quería ser arquitecto. Pero con las matemáticas, horrible, así que me lo quité de la cabeza enseguida. Ya de adolescente supe que me quería dedicar a algo de letras, la literatura, el arte. Eso me gustaba. Luego me puse a trabajar en una asociación, después vino la Fundación… De mayor ya no me planteé nada. La literatura ha venido como un plus, una pasión que desarrollas paralelamente al otro trabajo. Todo son sorpresas que te viene dando la vida, pero que tienen una explicación: desde pequeña has leído mucho, vienes de una familia lectora, te ha formado mucho el ambiente en el que vives. Es tu manera de expresarte artísticamente.
— Pues nada más. Hasta aquí llegamos. Te deseo lo mejor, sinceramente. Conociéndote solo de foros creo que eres una persona que se lo merece.
— Mira, todos encontramos un poco la consecuencia de lo que estamos haciendo. Cada uno se va labrando su camino. Si crees en lo que haces, tarde o temprano obtendrás resultados. Eso sí, tienes que dar lo máximo de ti, no valen las medias tintas. Hay que poner toda la carne en el asador.
— Muchas gracias por tu amabilidad, Montse.
— Muchas gracias a ti, de verdad.
— Esto es el comienzo de una larga vida literaria.
— Yo también lo creo así. Espero morirme escribiendo.
— Pues ojalá sea así.
— Gracias y mucho ánimo a ti también. No te desanimes nunca.

jueves, 15 de septiembre de 2011

El Vuelo del Dragón Negro


Para reanudar estos días de paroncillo, os dejo un fragmento de "El Vuelo del Dragón Negro", de Juan Jesús Hernández Gómez, Ithur en los foros. Perteneciente a la saga de Los Diez Reinos, se trata del segundo libro publicado de este joven y prometedor escritor. Inquieto, crítico donde los haya, y con un futuro que auguro extenso en el panorama español, desde aquí lo animo a seguir desbordando su imaginación para deleite de sus seguidores.



EL VUELO DEL DRAGÓN NEGRO

La cálida brisa acariciaba sus mejillas enrojecidas por el torrente de lágrimas.
Sus ojos pardos escudriñaban el horizonte, como si quisiera que las olas le trajesen lo perdido. La larga melena, igualmente parda, se agitaba al son del viento, acariciando la piel clara de la adolescente.
―Te quiero ―susurró al viento entre sollozos.
La joven algana lanzó al agua unas bonitas flores y las observó mientras que estas flotaban entre las olas, las cuales morían en las rocas que rodeaban la playa, donde hacía algún tiempo se había estrellado un buque tras un ataque.
Deseó que el viento llevase sus palabras hasta su prometido, quien no había sobrevivido al naufragio, aunque su cadáver no había aparecido. Rezó para que las oyese, sin importar dónde se encontrara.
―Debes ser fuerte, Pora ―pidió la droida que tenía a su lado.
Silvana, la joven droida que poco tardaría en dar a luz, abrazaba a Pora, intentando aliviar su dolor. El pelo largo y rubio de la muchacha se unió a la danza del viento.
Las droidas eran una raza de mujeres que vivía en los bosques de Angak, magníficas guerreras que dedicaban sus vidas a la protección de los caminos y la seguridad de los viajeros en los límites del reino. Siempre tenían el pelo rubio y normalmente sus ojos eran verdes o azules; en el caso de Silvana, de un intenso color esmeralda. La chica tenía la piel clara y apariencia delicada, aunque en realidad, era tan dura como el mejor de los guerreros.
―No olvides que Gathel aún alberga esperanzas de encontrarlo con vida ―la animó Torgam.
El rey de Angak estaba imponente, allí, junto a su esposa Silvana y con el desnudo torso vendado tras una terrible herida de la que aún se resentía. En su cinto había dos cimitarras, hermosas pero letales; no en vano el chico era conocido como uno de los mejores guerreros del mundo. Poseía un largo cabello tan negro como sus ojos. Apuesto y tímido en apariencia, observaba el agua con tristeza, deseando que su amigo hubiese tenido alguna oportunidad.
―Pero aun así, ella también ha derramado muchas lágrimas, y reza por él cada noche ―sollozó Pora sin apartar su mirada del océano.
―Seguro que no hemos encontrado su cuerpo porque sigue vivo ―la alentó Silvana con muy poca convicción en sus palabras.
¿Qué podría hacer ella ahora? Ella, una muchacha que perdió todo lo que tenía a manos de unos soldados aldorns, que destruyeron su hogar, mataron a los suyos y la arrastraron a la oscuridad para arrebatarle con violencia su virtud.
Lo único bueno que le había sucedido era conocer a Revan, enamorándose de él, y la promesa de convertirse en su esposa, pero ahora…
―…No está. ―La voz de la algana era un murmullo.
Néramdel, la joven y atractiva sacerdotisa del dios Ne, también estaba allí, mostrando sus respetos ante el lugar donde, supuestamente, habían perecido Revan y Astle. Los ojos dorados de la muchacha nizu escudriñaban la lejanía, y
sus rubios cabellos fl otaban tras ella.
Los ojos de Pora observaban cómo las fl ores fl otaban en las saladas aguas, separándose más con cada embate del oleaje. En su mente se hizo una imagen de su prometido, y de sus ojos pardos brotaron nuevas lágrimas que rodaron por sus enrojecidas mejillas. Nunca más volvería a verle, ni a sentir sus cálidos abrazos o sus tímidos besos. Era demasiado castigo.
―Te echaré de menos ―sollozó, y el viento arrastró sus palabras, llevándoselas en forma de ligera brisa que hacía ondear sus pardos cabellos―. Nunca más volveremos a reír juntos.
Sintió que alguien la abrazaba y miró hacia la persona que intentaba animarla.
Era Torgam. El joven rey de Angak había sido el mejor amigo de su amante perdido.
―Ojalá nos equivoquemos, y Revan esté bien ―musitó al oído de la chica.
―Ojalá… ―repitió Pora, y de nuevo el viento se llevó sus palabras―… sea cierto.
Torgam apretó más el abrazo, pues sabía lo doloroso que resultaba perder a alguien. Era terrible, pues el ciclo de muerte que había conformado la vida del
guerrero se había cobrado otra vida más, y él sin embargo seguía entre los vivos sin poder hacer nada.
Las lágrimas que rodaban por las enrojecidas mejillas de Pora cayeron al agua, y la muchacha observó el refl ejo de sus ojos pardos, hasta que una astilla enturbió la imagen, fl otando ante ella, como si de una muda burla por parte del océano se tratase.
―¿Por qué él? ―preguntó la atribulada joven, sin saber a quién.
―No te tortures más, por favor ―pidió una nueva voz.
Se trataba de Barok y Edfarnod. El primero era un trampero que llevaba a su espalda una maza casi tan grande como una persona de estatura media, con terribles clavos para herir a sus víctimas cuando las golpeaba con ella. Su pelo y su barba eran una maraña de color rojo óxido. Tenía un cuerpo enorme, de unos siete pies de altura. El segundo, Edfarnod, era fornido, y a su espalda colgaba una terrible hacha que había cobrado muchas vidas desde que el viaje se iniciara.
Tenía una barba revuelta y tan castaña como su pelo.
―Si al menos supiese lo que ha sucedido realmente, o tuviese algún cuerpo para enterrarlo y llorar ante una tumba, sería diferente. Pero sin nada…
Tal vez era bueno no haber encontrado el cuerpo de Revan. Pora no podía dejar de pensar en cómo estaba el cuerpo de Vult cuando lo hallaron. Vult era el único guerrero experimentado que había estado con Revan cuando desapareció.
Los hijos de Ne, monstruosos habitantes del lugar, habían devorado casi todo el cadáver, y todos sentían angustia, pues temían encontrar a Revan en el mismo estado.
También se acercaron Rufrak y Gathel: Rufrak era un hechicero, adepto del dios Obul, señor de los animales. Alto y delgado, de pelo corto y barba espesa, ambos encanecidos por los años y su insana manera de vivir. Gathel era hechicera,
adepta de Robal, señor de la naturaleza. Ella era seria, de pelo muy largo y tan oscuro como sus ojos. Habría sido atractiva de no ser por su dura mirada; a pesar de su edad, que pocos conocían, sólo alguna que otra arruga cruzaba su
rostro, claro y fi rme. Ellos dos habían cuidado de Revan desde que cayó en sus manos, siendo un bebé huérfano, hijo de reyes.
―Gathel y yo hemos estado rastreando el bosque ―dijo Rufrak―. Pronto sabremos si vive; tenemos mucha ayuda.
―No obstante, nos queda el riesgo de que los aldorns hayan capturado a Revan y a Astle ―comunicó Gathel con su habitual sinceridad.
Pora dejó escapar más lágrimas ante la simple idea. Torgam mantuvo su abrazo para consolarla y ella se sujetó con fuerza, convulsa en su llanto.
―Revan está bien, y no creo que quisiera verte llorar ―dijo para animarla.
―¿Por qué crees que está bien? ―inquirió la chica.
―Yo he sobrevivido a una fl echa en mis entrañas ―explicó él con tranquilidad―. ¿Revan no va a sobrevivir a un simple naufragio?
―Torgam, comprendo que quieras ayudarme, sin embargo te pido, por favor, que no me des falsas esperanzas. Sabes tan bien como yo que apenas hay posibilidades de verlo con vida otra vez.
―Pora…
El guerrero se apartó de ella y la miró. Silvana acarició su hombro, preocupada por ella.
―No quiero que os preocupéis por mí ―advirtió, mirando hacia el horizonte.
No quería mirar a los ojos de nadie―. Y quien menos debe preocuparse eres tú, Silvana, que bastante tienes con los hijos que esperas.
―Los gemelos aún no han nacido ―le recordó Torgam―. En cambio, Revan…
Rufrak apoyó su mano en el hombro de la chica, imitando a la droida.

―Esta noche, beberemos en honor a Revan; tras eso, no volveremos a llorar por él, ni por Astle, nunca más. ¿Entendido?
Pora sonrió y los demás observaron la apenada sonrisa, sintiendo lástima por la desgraciada adolescente.
Cuando por fi n todos abandonaron la playa, ella quedó rezagada; quería lanzar una última mirada a las fl ores que aún fl otaban en el mar.
―¿Qué ha sido de ti? ¿Adónde te ha llevado el destino? ―Lanzó un doloroso suspiro antes de alzar la mirada al cielo―. Te quiero, Revan.
Y el viento volvió a elevar las palabras de la enamorada joven, tal vez para que pudiera oírlas su amado.



Juan Jesús Hernandez Gómez


"El Vuelo del Dragón Negro" se publica en la Editorial Edalie (www.edaliepb.com)

Blog crítico del escritor: http//ex-mundo.blogspot.com

miércoles, 31 de agosto de 2011

El Amazonas (IV), el gran herido: El caucho


>“En la provincia de Esmeraldas crece un árbol llamado hevea. Con una simple incisión segrega un líquido blanco como la leche que se endurece y oscurece poco a poco al aire. Los Indios Maya llaman a esta resina que extraen cahuchu, que significa árbol que llora”

Charles Marie de La Condamine



Cuando el eminente científico La Condamine regresó de su viaje por el Amazonas allá por el siglo XVIII, como ya se contó en el anterior capítulo, llevó a la Academia de Ciencias de París sus escritos, que causaron un gran interés. Pero lo que especialmente llamó la atención fueron las notas en las que hacía referencia a unas “jeringas”:
“Los Portugueses han aprendido de los indios Omagua a fabricar unas bombas de jeringa que no necesitan émbolo. Se llenan de agua y, al presionar, hacen la misma función que una jeringa común”
De este modo aparece a los ojos del mundo el caucho, abriéndose camino a una de las más importantes conquistas de la tecnología industrial europea.

Los indios conocían este elemento desde tiempos inmemoriales, además de las técnicas de su utilización. Así, la pelota con la que jugaban los mayas en centroamérica era de caucho, o también los mazos de los tambores del alto Orinoco, por poner algún ejemplo.
Una vez los europeos observan el partido que pueden obtener de su comercialización se ponen en funcionamiento, aunque en un principio el caucho sólo se utilizará para moldear el látex o realizar botas y recipientes. A partir de 1850 se produce un aumento fulminante de la demanda internacional, principalmente debido al incremento del uso de la bicicleta y automóvil, así como a los hallazgos de algunos inventores. Como nota curiosa, el primer objeto manufacturado de caucho en Europa será la goma de borrar, y se bautizará como “borrador indio”.
Pero el invento del neumático (1839) ligará definitivamente la historia de este árbol al automóvil. En 1888, un veterinario irlandés que arreglaba el triciclo a su hijo de diez años, inventa el primer neumático con válvula y decide patentarlo. Se llama Dunlop. Cuatro años después, un francés, Michelín, fabrica el primer neumático desmontable. Y estalla el boom.

Las plantaciones de caucho se multiplican en poco tiempo en la Amazonia, que pronto consigue el control de los precios y el monopolio total, centrando el principal punto de partida del caucho en Manaos, antiguo fortín portugués que ahora se transformará en el puerto más navegable de todo el amazonas y en una de las ciudades más ricas de todo el mundo (con más habitantes incluso que París o Londres).
Desapareció Manoa, la ciudad del Dorado pero surge Manaos, la Fabulosa. Champagne, whisky, banqueros y mujeres bonitas serán algo habitual en aquel lugar durante los siguientes decenios.

Pero a partir de 1910, en la cúspide de su producción, el comercio cae en picado. ¿La razón? El robo de unas semillas treinta años antes ha dado lugar a unas extensas plantaciones en Malasia, con un rendimiento y precio de coste sin competencia.
Tan fabulosa ciudad sucumbirá de la noche a la mañana, vaciándose como por arte de magia. En 1912 se venderá a la desesperada. Todo desaparecerá engullido por la selva.
Sin embargo, ese mismo año se inaugura una línea de ferrocarril en plena selva para facilitar el transporte del caucho a su destino. Una línea que ha costado cinco años de trabajo y que atraviesa la selva ecuatorial. Años de trabajo y de... muertes; y todo para nada.

Porque comienzan a circular rumores por Londres, rumores nada buenos sobre las compañías que explotan el caucho. Respecto al trato de los indios, claro está. Los amos del caucho, Suárez y Araña, dueños de medio país, han esquilmado y abusado de la selva y sus habitantes de un modo brutal. Se rumorea que los grupos armados de Suárez, y sobre todo, Araña, entran en los poblados para reclutar indios impunemente.
Se forma una comisión de investigación y, justo en ese año de 1912, se revela que la selva es un cementerio de huesos humanos. De los cincuenta mil indios de la región explotada sólo quedan ocho mil, es decir, que cada tonelada de caucho se ha llevado a la tumba unas siete vidas humanas.

Como se ve, el renacer de la leyenda del Amazonas supuso el comienzo del fin de los indios, o al menos la desaparición de millares de ellos por la codicia y racismo europeos.
Quizá eso fue un aviso para lo que se les avecinaba. Un aviso más entre miles.